2005-06-01

EL ARTE DE HUMILLAR

TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL

Resulta difícil ponerse en la piel de quien ha sufrido el zarpazo del terrorismo de ETA. Admito que antes del asesinato de mi hermano y su mujer, mi indignación ante la barbarie del terror, era pasajera, pasada la convulsión ésta venía asumida como algo cotidiano a lo que los españoles nos estábamos por desgracia acostumbrando. Pocos eran los que alzaban la voz contra quienes mataban guardias civiles como si se tratase de indios en un juego de niños. No recuerdo en los ochenta manifestaciones de apoyo a la víctimas. Los muertos se enterraban sin hacer ruido, como si molestasen a los vivos. Pasadas dos décadas se vuelve a repetir la historia, con una notable diferencia, entonces era fácil ignorar a quienes padecían, menos información, menos audiencia y sobre todo menos sensibilización. Y si alguien dudaba siempre se podía buscar la excusa de que el terror era el precio que los españoles pagábamos por construir una sólida democracia. La verdad es que para aquellos que perdieron a sus seres queridos el precio fue tan elevado, que ni siquiera la consolidación de ésta bastaría como compensación a su enorme sacrificio. Hoy, con una democracia más que afianzada, a las víctimas se nos vuelve a exigir un nuevo esfuerzo, diría sobrehumano, ya que quienes no hemos emprendido el camino hacia la santidad, encontramos difícil perdonar a quien no ha hecho jamás un gesto que nos obligue al perdón.

La humillación que sufrimos actualmente es más sutil que la de hace veinte años. Hoy se nos habla de diálogo, de paz, de superación, de nuevos caminos de futuro, de unidad de los demócratas... Los vendedores de ideas están estudiando cómo lograr que la opinión pública acepte unas concesiones políticas extremamente arriesgadas. El mensaje ha sido lanzado: «Acabemos con ETA con buena voluntad» ¿Quién es capaz de oponerse a una idea cargada de buenos propósitos? Sólo el Partido Popular, presentado como un grupo de resentidos cuyo único objetivo es combatir los brillantes proyectos del Gobierno, y obviamente las víctimas, vistas como aliados políticos de la oposición, y como pobres obcecados por el dolor, incapaces de reflexionar como las actuales circunstancias requieren. Los expertos en marketing insisten en poner en boca de los políticos de turno frases como la de que «nada se hará que ofenda la dignidad de las víctimas», pero ¿quién puede delimitar algo como la dignidad humana?, ¿quién puede medir mi indignación al oír hablar de acercamiento de presos? Para quien lo haya olvidado recordaré que tanto Miguel Angel, como Alberto y Ascen murieron porque el gobierno de entonces no aceptó el chantaje terrorista. Pocos meses después hubo un intento de diálogo que, como todos sabemos, no consiguió que los terroristas no siguieran poniendo muertos en la mesa, en la que dicen querer sentarse de nuevo a negociar.

Lo que para algunos puede resultar un pequeño gesto de buena voluntad, para otros puede ser una traición, depende de que lado le ha tocado vivir estos últimos años, si del de la comodidad insolidaria o de la parte del dolor comprometido. Al señor Zapatero le diría que hoy por hoy no se dan las condiciones para una verdadera paz y sellando ésta anticipadamente se arriesga a que se derrumbe en breve, como si se tratase de una casa construida con premura. Comprendo que en esta «nueva España», que para mí no deja de ser España sin adjetivos, donde la sociedad cambia un poco más al paso de lo que muchos quisieran, y donde la solidaridad de algunos no traspasa el muro de Israel, el problema del terrorismo de ETA empieza a cansar y si alguien lo resuelve en un abrir y cerrar de ojos, ¡bendito sea! Ya tiene su cheque en blanco, queda poner la cifra. Esperemos que el regalo no sea excesivo, visto que ya le hemos anticipado casi mil muertos.

Desde estas páginas quiero agradecer públicamente a todos aquellos que con su pluma, con su voz, o con cualquier otro medio defienden la dignidad de quienes sufrimos a causa de ETA. Para mí el mérito de estas personas es doble, porque sin vivir nuestro dolor, logran hacerlo un poco suyo y por tanto nos aligeran el peso. Gracias de corazón, en mi nombre y en el de los míos.

Esta carta está publicada en ABC.

Sólo quisiera añadir que, aunque no hemos sufrido el dolor, sí hemos sentido la tristeza anegar nuestros corazones, y la justicia que se le debe a los que nos han sido arrebatados tan cruelmente, nos exige, para no volvernos indignos ni despreciables, mantener viva la memoria de su sacrificio.
Por ellos, por nosotros, dignidad, memoria y justicia.

N.E.: Esta nota no admite comentarios, por respeto a las víctimas.