2005-04-11

¿Qué os mueve?

¿Qué nos impulsa a actuar?
Así planteada, la cuestión es inmarcesible. Más allá del instinto animal por la supervivencia, las inquietudes personales, tribales, sociales, económicas, religiosas, culturales, etc. son infinitas en su expresión última.
Una persona cualquiera puede manifestar su fanatismo hasta llegar a límites que rozan lo patológico. Los seguidores de un equipo deportivo, de un grupo de músicos, los simpatizantes de una opción política o ideológica, los practicantes de una religión... llegan al límite del fanatismo, más allá del mero reconocimiento de las virtudes de sus admirados objetos de deseo.
Y la expresión de esa admiración puede resultar tan exagerada y desproporcionada como se quiera imaginar. Y existe un límite razonable para entender toda manifestación de aprecio y de adhesión a una causa o a un líder. Superado ese límite, desbordado el fanatismo, se cae en una desmesurada pérdida del sentido de la realidad.
Al otro lado del borde de lo razonable, nada puede ser contestado con argumentos.
No es sólo una cuestión de fe. La razón y la fe no se desarrollan en el mismo plano. Como el tiempo y el espacio. Conviven, complementan la realidad pero no reflejan expresiones diversas de un mismo objeto.
Una vez más, intentado centrar el tema, constato que comienzo a divagar, y lo que quiero decir es muy sencillo.
¿Qué mueve a la manifestación exaltada de las masas en la actualidad?
Aclamar a un político, sin analizar sus propuestas, ni su programa ideológico, sino por la mera simpatía que despierta en nosotros la imagen que nos hemos creado idealizando fantasías.
Pero donde he señalado político, podemos poner un cantante, un equipo de fútbol; y donde hemos puesto programa ideológico o propuestas políticas, podemos señalar armonía y composición, mensaje o letras, o buen juego o resultados.
Porque todo es igual cuando renunciamos a analizar el fondo de los acontecimientos y la esencia de las actuaciones.
Y renunciando a nuestro más legítimo derecho de pensamiento nos quedamos en la expresión vacía.
Nadie reclama un derecho al libre pensamiento que sólo es posible si se cuentan con los datos necesarios para provocarlo. El sueño está al alcance del más mísero de los humanos, pero puede perseguirse que alguien pretenda transmitirlo a otras personas. No siempre se garantiza la libertad de expresión, mas poco bien se hace permitiendo comunicar la vacuidad de ideas.