2005-07-12

Contrastes

Cuando ya han transcurrido los primeros días tras el atentado en Londres, resultan inevitables las comparaciones con los ataques similares acaecidos en Nueva York o Madrid.
El terrorismo es siempre el mismo, idéntico, cruel, sanguinario, indiscriminado, injustificable. Sí, injustificable e inexcusable. Crímenes contra inocentes, surgido del fanatismo, se revista éste con los tintes o los colores que se quiera, se arrogue la apología de la causa que sea, siempre se trata de un crimen contra la humanidad, contra la sociedad, contra la cultura, contra la historia...
Procede siempre de una ceguera consciente o inconsciente, premeditada o manipulada, pero al fin es un crimen.
Y ninguna causa justa puede pretender legitimarse tras el crimen.
Pero también resulta obsceno aprovecharse de la tragedia provocada por los criminales. El terrorismo busca, como objetivo alternativo, cuando no es su propia finalidad en una escalada estratégicamente organizada de logro de objetivos planificados, confundir a la sociedad y disgregar su capacidad de respuesta, y la coherencia que fundamenta la organización social, sea cual sea el régimen político que sustenta al Estado.
Por este motivo, resulta tan descorazonador comprobar que en Madrid el atentado del 11 de marzo obtuvo un triunfo que no ha logrado ni en Nueva York, ni en Londres.
La sociedad británica, sus instituciones políticas, han sabido consolidar el estado democrático que permite a una sociedad alcanzar su libertad. Y ante un ataque indiscriminado contra la sociedad, es ésta la que responde desde el estado de derecho. No se cuestionan los intereses del Estado, ni las actitudes institucionales, pero sobre todo, no se urde ninguna manipulación demagógica para derrocar al Gobierno, ni se hostiga a las instituciones.