2005-07-14

¿Europa sin fronteras?

Vivimos un mundo de contradicciones, de incoherencias, quizás por esa razón en nuestros días se ha extendido tanto la figura del oxímoron.
Estamos construyendo -ansiado sueño- una Europa unida, aunque nunca se ha pretendido que fuera única, sino más bien todo lo contrario, aunque tampoco sepamos qué es lo contrario, pero donde se fueran diluyendo las fronteras, borrando los obstáculos entre las naciones -a pesar del empeño, un tanto pueril, para constituir nuevas naciones-, cuando de pronto, nos encontramos reforzando nuestras fronteras interiores. Surge la natural desconfianza hacia el vecino, aunque olvidamos la mucho más natural desconfianza hacia el forastero.
En este comienzo de siglo confuso, nos debilitamos cuando perdemos nuestra esencia, cuando renunciamos a nuestra raíz, repudiando el pasado que nos ha originado, porque en el fondo lo que pretendemos es olvidar nuestros orígenes, tratamos de anularlos descontentos quizás con lo que somos, pero incapaces de transformarnos de promover un cambio en nuestra realidad, nos parece más fácil, porque tal vez sea más cómodo, reconvertir el pasado en lo que nos gustaría que hubiese sido.
Y no es posible.
Eso no es posible; quizás sea tan imposible como la construcción de esa Europa unida que ahora sólo es un sueño, pero que puede ser con el esfuerzo y la labor de todos. Sin embargo, nos embarcamos en la aniquilación de la historia creando un mundo probable pero imposible.
Ya sé que no radica en esto nuestra estupidez, sino que es un síntoma más de la decadencia de los tiempos, pero es un síntoma significativo por lo que tiene de destructivo, de aniquilador, de anulador.

Y mientras Europa cierra sus fronteras interiores, se debilitan las fronteras exteriores. Así actuaría un alianzador de civilizaciones como Atila, fusionando el Imperio Romano con las tribus de hunos y hotros.