LAS VÍCTIMAS DE PECES-BARBA
Porque su planteamiento coincide plenamente con mi opinión y quiero reconocer su valor, reproduzco el siguiente artículo que Jorge TRIAS SAGNIER publica en ABC el 21-febrero-2005.
PARA el Alto Comisionado, que como escribía aquí ayer Mikel Buesa es un cargo superfluo, parece que hay dos tipos de víctimas: las que le son gratas y las que le incomodan, las amadas por el Comisionado y «los otros» a quienes ignora. Para una personalidad compleja y con actitudes políticas esquizofrénicas eso podría resultar hasta normal, al fin y al cabo el objetivo por el que fue colocado -o se colocó- en ese sitio sólo tiene una lectura: dividir a las víctimas del terrorismo. Afirma Buesa: el cambio gubernamental surgido de las elecciones del 14 de marzo ha conducido a politizar la relación del Gobierno con las instituciones que representan a las víctimas del terrorismo. Y coincido con la gravísima acusación que formula, que debería servir para que Peces-Barba recapacitase sobre, no sólo la inutilidad, sino la perversidad de su función: la politización no consiste en que las víctimas opten por tal o cual opción partidaria, pues eso ya existía, sino que los partidos que sustentan al Gobierno de Zapatero «sólo quieren reconocer como dignas de compasión a las víctimas que muestran una actitud condescendiente con sus designios».
La actitud de Peces-Barba con respecto a la inmensa mayoría de las víctimas es, pues, esencialmente inmoral. Nadie le pide al Comisionado que crea en esto o en esto otro, pero sí se le exige que no instrumentalice a quienes han dado su vida por la libertad. Nadie le obliga a no hacer política, actividad despreciable según Felipe González, pero sí a no hacerla a costa de las víctimas. Nadie le dice que se oponga a una negociación con los terroristas a través de sus hermanos nacionalistas, pero sí a que intente hacer comulgar a las víctimas -¡encima!- con ruedas de molino. Sinceramente, la actitud innecesariamente displicente de Zapatero, y de su agente Peces-Barba, hacia las víctimas del terrorismo etarra es tan inmoral, tan despreciable, que resulta difícil de digerir. Ayer dedicaba nuestro diario tres páginas a mostrarnos la «cara oscura del nacionalismo» y leíamos, indignados, cómo transcurre la vida de Mapi de las Heras, la viuda de Fernando Múgica, en San Sebastián; o la de todos aquéllos que se atreven a relatar sus experiencias. Y tanto sufrimiento para que ahora otro inmoral, Maragall, nos proponga como remedio trocear España en pequeñas naciones.
A los políticos se les pide, sobre todo, dignidad. Y cuando se equipara, como hacen los obispos vascos, «el dolor de las víctimas» con la «prisión de seres queridos»; cuando se divide a las víctimas, como hace el Alto Comisionado, en las que le son propicias para hacer «concesiones» a ETA y las que prefiere ignorar porque no siguen la política del Gobierno; cuando la historia, como pretende Zapatero, es mejor arrinconarla por eso de despreciar cuanto se ignora; cuando las libertades que enarbolan los nacionalismos minoritarios son superiores y más dignas de protección, ahí donde gobiernan, que las del mayoritario resto de la población; cuando directa o indirectamente se pretende imponer un modelo de Estado con cadáveres encima de la mesa de negociación; cuando todo eso ocurre, es que la inmoralidad, venga de la mano de un obispo, de un político o de quien sea, se ha adueñado de la vida pública.
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