2005-02-15

Reflexión en tiempo de cuaresma.

Todo, pero todo, todo, apunta, en España, en el sentido de la anarquía. Ahora que hay un rascacielos que está en un precario estado de estabilidad, podemos amargamente compararlo con nuestra situación política. Presuntuosos y vanidosos, los hombres forjan obras que escapan después a su control. Presuntuosos -digo-, émulos de dioses, porque somos incapaces de afrontar las consecuencias de nuestros hechos, devenimos en irresponsables.
España, no más que una amalgama sociocultural, continúa a la deriva, arrastrada por su propia inercia. Uno se despierta por la mañana sin saber qué nuevas obligaciones ha adquirido o qué leyes le amparan y protegen...
Un españolito, que no es españolito, sino sevillano, malagueño, santanderino... o maño, vasco... -bueno, vasco... vasco, pero entonces no sé si español-español-, cualquiera de nosotros -y nosotras, ahora una -a después de cada palabra- ya nos preguntamos antes de actuar si no será mejor no respetar normas, leyes... incluida la ley de la gravedad, porque cualquier maldad tiene cabida, acogida en este mundo tan nuestro...
Anulada la integridad moral, carentes de toda ética, esclavos de la estética vana, perdemos identidad. Sólo somos lo que aparentamos... es decir, nada.
Vanidad de vanidades... y todo vanidad.
Así ha sido siempre, así vuelve a ser. Quizás el tiempo de España ya ha pasado.