2005-03-15

In Memoriam

Crimen.
En el artículo de Cristina Losada en Libertad Digital se describe el procedimiento empleado para evitar una agonía prolongada y los estertores de la muerte.
Convendría que aclararan si están diciendo que es lícito sedar a los enfermos terminales para aliviar los dolores, que lo es, o que hay que acelerarles la muerte mediante sobredosis de fármacos. Para ver por dónde va la ética de estos señores. La investigación no promete ser fácil.
Fue en septiembre de 2001, el fatídico 11 de septiembre, cuando Yol atacó a A.
No era la primera vez, pero esa sería la última.
El viejo pastor alemán mostraba ya síntomas de displaxia y los roces accidentales en las cercanías de sus caderas provocaban una violenta reacción defensiva del pobre animal.
La dentellada instintiva de su mandíbula ocasionaría graves consecuencias.
Esa tarde, A. tuvo la terrible desgracia de comprobar la fiereza del espíritu animal de Yolito.
Una mano desgarrada, y una condena inapelable.
Hube de tomar una decisión extrema: había que sacrificar al fiel compañero.
Los quince días que siguieron a aquella agresión, fueron terribles.
A. quiso despedirse del noble animal y se hizo en un breve encuentro que sirvió de acto de reconciliación mutua. La culpa de esa muerte me pertenece en exclusiva.
Quince días de cuarentena, confinado Yol en el mismo mundo que había conocido siempre, con los mismos hábitos, los mismos paseos, los mismos horarios...
Los últimos cinco días permanecimos juntos solos él y yo. Solos.

El último día, el último paseo...
El último de su vida...
Y nos acercamos a la sala que se convertiría en el ara de su sacrificio.
Fría y dolorosamente inmaculada sala donde otras veces había sido sanado... allí iba a ser sacrificado.

La última precaución: había que amordazarlo. Su bozal, una vez más, antes de recibir la inyección letal.
Su muerte se iba a producir rápidamente y sin dolor. Una sobredosis de anestesia que provocaría una parada cardiorespiratoria.
Sólo al primer pinchazo de la aguja Yolito se resintió.
No pude evitarlo y retiré el bozal que lo amordazaba y el collar con el cual lo sujetaba.
Apoyé mis manos en su pecho.
Lentamente -y fue una muerte rápida- su corazón fue atenuando sus latidos. Se cerraron sus párpados y murió.
Sé que fue un crimen.
Yol murió entre mis manos a finales de septiembre de 2001.

¿Qué sucede en el hospital Severo Ochoa de Leganés?