CARTA DE UNA VÍCTIMA AL PRESIDENTE DEL GOBIERNO
Señor Zapatero: Soy una víctima del terrorismo que quiere expresar sus sentimientos en estas convulsas fechas en las que parece que nadie nos tiene en cuenta en esta sociedad que usted preside, sobre todo después de los últimos acontecimientos y tras las elecciones en el País Vasco.
Déjeme decirle, señor Zapatero, que se nota mucho que usted nunca ha tenido que vivir callado, excluido, reprimido y, lo que es peor, vejado y relegado de su propio país. Me alegro de que haya sido así pero me veo en la obligación de recordarle que hay muchas familias que hemos vivido y viven así. Sin ir más lejos mi familia y yo hemos soportado esta situación durante doce largos años en el País Vasco. Todo ello para terminar con el peor de los finales: el asesinato de mi esposo, un hombre de bien y respetuoso con todos y, sobre todo, con el estado de derecho, cuyo único pecado era (para esas alimañas carroñeras de ETA) vestir un uniforme.
Señor Zapatero, quiero recordarle que el estado de derecho que usted preside debe ampararnos a todos pero que yo, por desgracia, veo que no es así porque, como le digo, tras los últimos acontecimientos y el anuncio de negociaciones con esa banda de asesinos me siento desamparada como ciudadana y, lo que es peor, otra vez ignorada y vejada como víctima del terrorismo. ¿Dónde está su talante, señor presidente? Yo también reclamo ese talante como ciudadana y más como víctima porque, como tal, he pagado un precio muy alto, el más alto que se puede pagar por una sociedad en paz y en la que los ASESINOS no deben tener cabida ni representación.
Dice un refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver y eso es lo que le pasa a usted con el Partido Comunista de las Tierras Vascas. ¿Que no hay pruebas? Yo no soy jurista pero, eso sí, tampoco ciega ni sorda, y esa gentuza nos puede decir más alto pero no más claro a quién sirven. Usted dice que no ve indicios ni pruebas que los vinculen con ETA, y yo creo que los árboles no le dejan ver el bosque. Esos árboles que, a mi humilde entender, son esos votos que los asesinados ya no ejercen y esa ingenuidad, o diría mejor afán de protagonismo, de pasar a ser el gran libertador de nuestro país. Pues bien, yo desearía ser la persona más equivocada del mundo pero a conversaciones anteriores me remito, como las de ARGEL Y SUIZA. ¿Es que no son suficientes dos tropiezos en la misma piedra para saber que con los asesinos no se puede negociar? ¿Es que no nos damos cuenta de que en esta negociación no son equiparables los términos?
Señor presidente, las víctimas ponemos nuestros muertos sobre la mesa, pero, ¿qué ponen los asesinos? La experiencia ha demostrado muchas veces que ETA solamente conoce el lenguaje de las armas, el pin pan pun, como ellos dicen, y utilizan la buena voluntad y los deseos de paz que existen en nuestra sociedad para engañarnos a todos con treguas ficticias y conversaciones vacías que emplean para reorganizarse, rearmarse y afianzarse más en sus acciones sangrientas.
Señor presidente, quisiera ver de una vez por todas que esa tolerancia de la que hace gala con otros colectivos se extiende también hacia las víctimas del terrorismo, que llevamos muchos años esperando que se nos escuche y que se nos haga justicia en nuestro propio país. No sé si se da cuenta de que somos más de mil víctimas a las que esa banda de asesinos ha condicionado la vida y la de nuestras familias. Más de mil personas con los brazos abiertos a la paz, que es lo que más deseamos, pero también abiertos a la justicia y a que cada parte asuma su condena. La nuestra es vivir sin nuestros maridos, padres, hermanos y amigos, pero la de los terroristas es vivir entre rejas.
Somos más de mil personas que posiblemente no sumen muchos votos pero, señor presidente, somos mil votantes y mil ciudadanos con los que usted no está cumpliendo. Una parte importante de su país, que también es el nuestro, a la que está abandonando y dejando a su suerte. Porque ¿quién piensa en nosotros, en nuestros muertos, en cómo sería nuestra vida si no se oxigenase a los terroristas con tantas conversaciones y se les aplicasen las leyes del estado de derecho?
Yo me he visto sola educando a mis hijos, sin que ninguna universidad les regale un aprobado o una matrícula como ocurre con los terroristas. Pero yo no le pido nada, señor presidente, tan sólo lo que me corresponde como ciudadana, que es ver cómo se cumplen las leyes que rigen el Estado en el que vivo y que no excluya a los casi mil asesinados y más de 5.000 heridos como consecuencia del terrorismo que asola nuestra sociedad.
Siento ahora mismo que parte de mis impuestos van a servir para pagar las balas y las bombas que van a dejar otra vez tanto dolor, amargura y soledad en nuestra sociedad. ¿Está permitiendo eso, señor presidente?
Fina Saavedra, Delegada para Galicia de la Asociación Víctimas del Terrorismo.
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