2005-05-15

De concubinas y amancebados

No puedo renunciar a copiar aquí en este cuaderno, el artículo de este domingo, 15 de mayo de 2005 que publica José García Domínguez en Libertad Digital. Y no puedo dejar de copiarlo porque sintetiza la fractura social que el Gobierno surgido tras el atentado de Casablanca, continuado con el atentado de Madrid, y que culminó con el actual Gobierno para desmantelar España, ha supuesto en nuestra nación.
La exclusión que sufrimos quienes no queremos pertenecer a la izquierda que está derivando, sin que ellos mismos sean conscientes, hacia la más extrema izquierda, radicalizada y sectaria, está provocando -o llegando al punto de no retorno- una gravísima escisión en la naturaleza de los españoles. Hasta tal punto, que muchos ya no quieren ser españoles, por más que no los viejos abuelos tengan que repudiarlos porque han pertenecido a la rancia patria que ellos hostigan, sino que incluso sus padres, o sus hermanos mayores, cuando no ellos mismos -de niños, o de jovencitos- han pertenecido -¡y se han enorgullecido!- a esa patria que demuelen estultamente.
Nos acusan de ser miembros de la extrema derecha, nosotros que siempre hemos estado en el mismo centro, incluso escorados a la izquierda cuando hemos creído -injustificadamente- que la esencia que permitiría avanzar en las libertades y en el progreso social, económico, cultural, político, se encontraba defendido o promovido por esas gentes de izquierda.
Después ha resultado que no era así, que las izquierdas no sólo no han promovido las libertades, ni el progreso, sino que han combatido hasta anular la dignidad de las personas humanas -sí, dignidad de personas humanas, porque incluso eso nos han hecho creer, que la persona era humana o no era, cuando eso no es cierto, y la dignidad y el humanismo acompañan y complementan la esencia personal, lo que nunca se han atrevido ni a mencionar en su ideologías las izquierdas, difícil de justificar cuando se anulan algunas de las dimensiones del hombre-.
Si ahora parecemos la extrema derecha no es ni más ni menos que porque ellos se han convertido en la más radical extrema izquierda y no reconocen a nadie más a la izquierda. Nadie más hay a la izquierda, pero nunca asumen que son un extremo del arco político. Como tantas otras cosas que no asumen...

Ahora sí, el artículo de José García Domínguez.
De concubinas y amancebados

Hace sólo dos portadas del ABC, ante las Supremas de Perpiñán, esos ojillos vivarachos y chispeantes de Patxi López parecían recitar: “los muertos que vos matáis gozan de buena salud en el cuarto de los juguetes rotos de La Moncloa”. Si así fuera, por una vez, no mentirían. Igual que no falta a la verdad el otro Trío Calavera, ése que ordena y manda en Barcelona y Madrid, cuando felicita eufórico a Rodríguez y le da la bienvenida al club.
“Por un país de tontos”, rezaban las pancartas prescindibles –por obvias– de los profesores de Filosofía que van a ser extraditados de las aulas a manos de la sonrisa Profident más limpia de Occidente. Diríase que esos pobres desahuciados, las penúltimas ofrendas al púlpito del dios de la Incultura –o como declamaría Zetapé, de Todo Lo Que Es La Incultura–, ya son los únicos que recuerdan el Pacte del Tinell. Porque el lema de la otoñal concubina que dio a luz al tripartito tras llevar al altar a su ajado amancebado, se parece como dos gotas de agua al epitafio de los filósofos. “A por ese país de tontos”. Así resume la divisa de Carod el documento previo al “Sí quiero” que pronunciara Maragall mirándole a él y a su pequeño ahijado comunista; aquél que se solemnizó hace junto un año y medio en el Palacio de los Condes de Barcelona.
Y es que en la letra no tan pequeña del contrato de su sociedad de gananciales, se especificaba: “Los partidos firmantes del presente acuerdo (…) se comprometen a impedir la presencia del Partido Popular en el gobierno del Estado, y renuncian a establecer con él pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales”. Además, por si alguno de los contrayentes estuviera tentado de rehuir sus deberes conyugales, una disposición transitoria recalcaría: “Las fuerzas políticas representadas en el Govern de Cataluña se comprometen a que los acuerdos adoptados por el Govern reciban el apoyo explícito de sus representantes en el resto de instituciones (Congreso, Senado, Parlamento Europeo)”. Blanca y radiante compareció aquella tarde la Esquerra del bracete de Maragall. No era para menos: le sobraban los motivos. Porque aún se concertaría una tercera capitulación. Ésa que ordena: “Los acuerdos adoptados por el Govern serán vinculantes para todos sus miembros en las negociaciones con las otras administraciones”.
Dicho y hecho. Al día siguiente de ver a ERC redimida en respetable ama y señora de su casa –y de la del prójimo–, Carod se agarró un chofer de Terra Lliure, y partió raudo hacia Perpiñán. Tenía prisa por diseñar la segunda transición con los managers de las amigas de Patxi. Después de aquello, ya sólo faltaba Rodríguez en el club; mas el Tinell lo dejaba muy clarito: con el PP, ni agua, ni Pacto Antiterrorista, ni acuerdos parlamentarios, ni pésame a las viudas si llegara el caso. Dieciocho meses se ha hecho de rogar el testigo del novio. Un año y medio con la pluma en la mano y sin decidirse a firmar. Hasta hace un rato. Hasta hace dos portadas del ABC.