¿Renacer a la vida embrionaria?
NUMEROSOS mitos sobre el renacer han alimentado la imaginación o estimulado la voluntad humana en la búsqueda de una renovación de nuestro horizonte vital. Eso explica en parte la fortuna que han podido hacer términos como «clonación terapéutica», que irrumpe de nuevo tras la reciente publicación del trabajo de clonación humana llevado a cabo en Corea, como auténtica metáfora de una posible renovación orgánica desde la vida embrionaria.
A día de hoy no existe la clonación terapéutica, porque no hay ninguna terapia establecida mediante clonación, son iniciativas de investigación, por si algún día dan lugar a tratamientos. Sin embargo, la posibilidad de realizar intervenciones de este tipo en humanos despierta fascinación, quizás impregnada de misterio y, acaso, temor, porque parece poner a la sociedad en una auténtica encrucijada. O se acepta, o se renuncia a curar determinadas enfermedades y aliviar el sufrimiento humano. Se trata de una falsa encrucijada que tiene que analizarse, con el rigor propio de los hechos científicos y su proyección en la medicina, con la exigencia que demanda un marco de referencias éticas sobre lo que concierne a la vida humana, y con la sensibilidad que requiere la consideración de fenómenos de relevancia social.
Los nuevos resultados suponen un avance técnico, basado en hipótesis científicas, bien consolidadas a través de la investigación con animales. La notable disponibilidad de gametos procedentes de mujeres fértiles ha permitido a los investigadores asiáticos utilizar estas células para eliminar su núcleo y sustituirlo por el de células de distintas personas, obteniendo «embriones clónicos» de ellas. Estos embriones fueron utilizados para generar células madre, lo cual se logró con mayor eficiencia que en un intento anterior. La pregunta es si este hallazgo debe modificar las prioridades de nuestra programación científica, o si justifica una revisión de nuestra valoración ética y los correspondientes cambios legislativos.
Entiendo que la disyuntiva entre células madre de origen embrionario y las del adulto o cordón umbilical representa otro falso dilema. Importa poder controlar su desarrollo y adaptarlo a terapias regeneradoras. El esfuerzo científico actual, con células de un tipo y otro, nos permite conocer cada vez mejor el proceso y ello debe contribuir a la medicina regenerativa. Pero no cabe duda de que las células del adulto ya están en tratamientos clínicos experimentales en humanos, y está cada vez más claro que tienen una potencialidad mucho mayor que la esperada. Sin embargo, persisten los interrogantes fundamentales sobre si es posible el control de las células embrionarias —clónicas o no— en potenciales tratamientos, interrogantes que no se han despejado con el trabajo de clonación. Cierto es que las células embrionarias clónicas son (quasi) idénticas genéticamente a las de la persona de quien proceden. Pero el trabajo no resuelve la cuestión fundamental de la adecuación o no de células embrionarias para terapias celulares, ni siquiera de su seguridad o ausencia total de alteraciones genéticas, causa que podría explicar las alteraciones y falta de viabilidad de los embriones clónicos de animales que se han trasferido para gestación. Mientras tanto, el empleo de células madre adultas en terapias experimentales está consolidado y en expansión. Es de hacer notar que la legislación española permite también, desde la legislatura anterior, investigar con células embrionarias humanas, obtenidas de embriones generados por fecundación in vitro, que no tienen otra alternativa que su destrucción. Hay, por tanto, un amplio campo para la exploración científica de estas células en la situación actual.
La realización de experiencias de clonación en humanos tropieza con reservas muy notables. El consenso bastante general —¡cuidado!, no unánime; hay quien demanda que la clonación deba aceptarse para la reproducción humana— es que la clonación reproductiva supone un atentado contra la dignidad del hombre. Un ser humano clónico estaría gravemente condicionado, en su trayectoria vital y capacidad de autodeterminación, por voluntad deliberada de un tercero. La previsible generación de individuos malformados, en una iniciativa de clonación reproductiva, añade argumentos para la repulsa de su mera posibilidad.
Por otro lado, la obtención de embriones humanos clónicos para derivar células madre supondría abandonar un principio muy consolidado en nuestra sociedad, el de que la producción de embriones humanos en laboratorio sólo es aceptable si va destinada a la procreación humana, no a su destrucción con propósitos experimentales. Así lo establece el Convenio sobre la Biomedicina y los Derechos Humanos (Convenio de Oviedo) suscrito por España y otros muchos países. Cierto es que la valoración ética que merece el embrión humano generado in vitro es objeto de controversia en nuestra sociedad. Quienes consideramos que la vida humana merece una especial valoración desde sus inicios entendemos que preservar ese principio es garantía para la sociedad desde muchos puntos de vista. Así lo establecen la mayor parte de las legislaciones. ¿Hay margen para el progreso científico desde la clonación? A mi juicio, rotundamente sí, mediante la clonación animal, experimentando para responder a la pregunta fundamental de cómo reprogramar el desarrollo celular, que no necesariamente requerirá revertir a estadíos embrionarios. Con ello se facilitará el objetivo esencial, incidir en el control del desarrollo celular, para programarlo en terapias regenerativas.
Añadamos los problemas que plantearía una utilización masiva de gametos femeninos para usos médicos, no para la procreación, en la sociedad del futuro. Indican los investigadores coreanos que sus experimentos funcionan mejor con ovocitos de mujeres jóvenes, recién obtenidos.
La ciencia nos debe abrir sin restricciones al conocimiento, la tecnología; en cambio, puede tener muchos caminos, no todos aceptables. En el marco de nuestra investigación española, los resultados obtenidos con células madre adultas son mucho más relevantes científicamente, y ya hay terapias experimentales. Tenemos también margen para entender cómo funcionan las embrionarias. Creo que eso define bien cuáles deben ser nuestras prioridades para avanzar, con eficacia, rapidez y rigor.
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