2005-03-02

¿Fin o medio?

Podía, con el mismo derecho, haber expresado su voluntad de que se acabara todo lo que él no entiende, incluidas la física cuántica y la política en general, con lo que habría hecho morir de gusto al presidente, que aboga por su liquidación al sustituir, con la mayor corrección política, el debate y el acuerdo por algo a lo que vagamente denomina "diálogo" y que, a diferencia del debate y el acuerdo, no tiene final ni, por supuesto, fecha de caducidad.
Cito a Horacio Vázquez-Rial de su artículo La misteriosa prohibición de la palabra "España"

Tanto repetimos las ideas que alguna vez tuvimos o -escuchadas, leídas, en otros- aprehendimos, que ya nos olvidamos de pensar. Y si penoso y triste es dejar de pensar, como síntoma añadido a nuestra renuncia al ejercicio responsable de nuestra libertad, más lamentable es banalizar esas ideas. Culmina así la destrucción del pensamiento y se aniquila el humanismo.
El sustituto al pensamiento es la nada. Regresa la bestia que habíamos civilizado, que durante milenios hemos cultivado, aspirando a una esencia que nos rescatara de la miseria, de la indigencia ética y moral.
Renunciamos a la libertad y perdemos nuestra humanidad.
En una sociedad que pervierte el significado de las palabras, demasiado tiempo confundiendo fines y medios, centramos ahora todo el esfuerzo en mantener vivo el diálogo. Absurda pretensión porque un diálogo tiene sentido cuando se trata de enriquecer nuestro mundo con nuevas propuestas, con opiniones que a nosotros se nos escapan y que otros aprehenden y pueden mostrarnos; y nuestro conocimiento crece, nuestra mente se abre a nuevas experiencias, capaz de ampliar el análisis de los hechos desde otras perspectivas. Mas si nuestra meta es dialogar para embotar y confundir al otro, añadimos, a la incuria moral de nuestra actitud, el empobrecimiento al que abocamos a nuestro interlocutor y, simultáneamente, a nosotros mismos, porque otra vez más renunciamos a la búsqueda de la verdad.
El diálogo es un camino enriquecedor cuando se recurre a él con honestidad, pero tortuoso sendero que se convierte en trampa para la inteligencia si se emplea como arma para ofuscar el pensamiento de quien se compromete a debatir con nosotros. Y es ingenuo creer que el diálogo mantenido con argucias falaces sólo perjudica a nuestro oponente. Si pierde la verdad -la búsqueda de la verdad-, perdemos todos. Y, si conscientemente nos proponemos un enfrentamiento dialéctico vacuo, además somos unos canallas.