Una píldora
Reconozco mi desconocimiento de este tema, pero voy a dejar mis impresiones.
Me parece mal que una Administración se atreva a proporcionar ¡a niñas de 10 años! una píldora para neutralizar un embarazo.
Pero no me parece mal porque asuma un papel de asistencia médica, sino por la perversión que supone actuar sin compromiso moral ni ético.
Es cierto que las sociedades evolucionan a un ritmo inhumano -eso quedó de manifiesto magníficamente expuesto en Gaudium et Spes por Pablo VI- sin que el hombre evolucionara moralmente al ritmo de los tiempos.
Despreciar la vida, mancillar la inocencia, explotar la infancia... abusar del ser humano hasta humillar toda su dignidad, todo eso promueve la asepsia de estas decisiones administrativas carentes de referencias morales.
Plantear el suministro de estos productos anticonceptivos a niñas de 10 años contiene la aberrante consideración de que el hecho que provoca la concepción se ha producido, pero con el agravante de omitir la valoración moral de tal circunstancia, porque se asume la naturalidad de la acción.
Estas medidas, junto con otras de similares características, no conllevan el mal en la aplicación de normas legales o jurídicas, sino en la omisión, en la renuncia más bien, de valorar éticamente estas propuestas.
La gran perversión de la sociedad se produce porque se sustrae al debate la aplicación de unos códigos éticos o morales a las conductas sociales, y se anulan las referencias a los valores que constituyen al hombre con la dignidad que su espíritu, más allá del cuerpo que lo configura, representa, cualesquiera que sean los principios que sustentan la esencia inmaterial del hombre.
Sencillamente, se está actuando, desde los ámbitos jurídicos contra la metafísica y la filosofía.
Me parece mal que una Administración se atreva a proporcionar ¡a niñas de 10 años! una píldora para neutralizar un embarazo.
Pero no me parece mal porque asuma un papel de asistencia médica, sino por la perversión que supone actuar sin compromiso moral ni ético.
Es cierto que las sociedades evolucionan a un ritmo inhumano -eso quedó de manifiesto magníficamente expuesto en Gaudium et Spes por Pablo VI- sin que el hombre evolucionara moralmente al ritmo de los tiempos.
Despreciar la vida, mancillar la inocencia, explotar la infancia... abusar del ser humano hasta humillar toda su dignidad, todo eso promueve la asepsia de estas decisiones administrativas carentes de referencias morales.
Plantear el suministro de estos productos anticonceptivos a niñas de 10 años contiene la aberrante consideración de que el hecho que provoca la concepción se ha producido, pero con el agravante de omitir la valoración moral de tal circunstancia, porque se asume la naturalidad de la acción.
Estas medidas, junto con otras de similares características, no conllevan el mal en la aplicación de normas legales o jurídicas, sino en la omisión, en la renuncia más bien, de valorar éticamente estas propuestas.
La gran perversión de la sociedad se produce porque se sustrae al debate la aplicación de unos códigos éticos o morales a las conductas sociales, y se anulan las referencias a los valores que constituyen al hombre con la dignidad que su espíritu, más allá del cuerpo que lo configura, representa, cualesquiera que sean los principios que sustentan la esencia inmaterial del hombre.
Sencillamente, se está actuando, desde los ámbitos jurídicos contra la metafísica y la filosofía.
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