Alucinaciones debidas al calor
No otra causa puede provocar que crea haber leído estas palabras:
Hay que ser animales
La citada exposición de motivos incorpora muy sabrosas mamarrachadas. Así, por ejemplo, leemos que «el toro comparte muchos aspectos de nuestro sistema neurológico y emotivo». También se constata «el cambio en la relación entre los humanos y el resto de animales, desde una visión absolutamente antropocéntrica, en la que se equiparaban animales y objetos, a una visión más fraternal, fundamentada entre otros motivos en evidencias científicas como la proximidad genética entre especies, o en el hecho de que, a la postre, todos los animales son el resultado de procesos evolutivos paralelos». Naturalmente, de toda esta cháchara evolucionista se desprende una serie de «obligaciones de carácter bioético» que la ley no debe soslayar. Siempre me ha resultado enternecedor que los mismos que invocan razones «bioéticas» para combatir las corridas de toros justifiquen la experimentación con embriones humanos, y aun la fusión de células madre humanas con embriones de ratón (proyecto digno del doctor Moreau impulsado por la Generalitat de Cataluña que el Ministerio de Sanidad acaba de autorizar); será porque, como afirman los ponentes de esta proposición de ley, se impone una «visión más fraternal en la relación entre los humanos y el resto de animales». Conque, hala, a crear fraternalmente engendros genéticos.
Pero ya se sabe que la defensa a ultranza de los animales suele ser la coartada que emplean quienes desprecian olímpicamente la vida humana, según nos enseñó Hitler, tan devoto de sus perritos. Metidos en la harina de las mistificaciones, los ponentes de la citada proposición de ley no tienen rebozo en afirmar -agárrense los machos- que «la violencia ejercida contra los animales tiene muy a menudo una relación directa con otras formas de violencia ejercida contra los miembros de la sociedad percibidos como los más débiles por sus agresores, como pueden ser las mujeres, los niños, los ancianos o los inmigrantes». Lo cual, traducido al román paladino, significa que los amantes de los toros son maltratadores y xenófobos en potencia; tamaño desbarre no se le hubiese ocurrido ni a un discípulo de Lombroso empachado de sustancias lisérgicas. Aquí se comprueba que las incontinencias proferidas en sede parlamentaria sólo suscitan revuelo periodístico si se dirigen contra ciertos colectivos santificados por el catecismo progre; a los amantes de los toros, en cambio, se les puede poner como chupa de dómine sin que la prensa se inmute. Definitivamente, el espectáculo taurino tiene los días contados, salvo que surja por ahí alguna asociación gay taurófila dispuesta a reivindicar sus derechos.
"Siempre me ha resultado enternecedor que los mismos que invocan razones «bioéticas» para combatir las corridas de toros justifiquen la experimentación con embriones humanos, y aun la fusión de células madre humanas con embriones de ratón (proyecto digno del doctor Moreau impulsado por la Generalitat de Cataluña que el Ministerio de Sanidad acaba de autorizar); será porque, como afirman los ponentes de esta proposición de ley, se impone una «visión más fraternal en la relación entre los humanos y el resto de animales»".
Se me calificará retrógrado, inmovilista, antiprogresista..., no sé. Quizá no esté a la altura de los tiempos, donde progresista es todo el que reniega y combate el pasado, anula la Historia -incluso la natural- y pretende por eso suprimir las leyes naturales y los principios físicos, químicos, por no mencionar cuestiones filosóficas, éticas o morales, tan determinadas por la cultura contra la que se lucha y que hay que erradicar.
Si no logramos un consenso respecto a los principios de la termodinámica, creo que el Parlamento de Cataluña pronto propondrá su derogación.
Pero, volviendo a mis alucinaciones, aquí dejo el texto publicado en ABC, causante de mi perpleja contemplación del progreso interpretado por los progres.
Se me calificará retrógrado, inmovilista, antiprogresista..., no sé. Quizá no esté a la altura de los tiempos, donde progresista es todo el que reniega y combate el pasado, anula la Historia -incluso la natural- y pretende por eso suprimir las leyes naturales y los principios físicos, químicos, por no mencionar cuestiones filosóficas, éticas o morales, tan determinadas por la cultura contra la que se lucha y que hay que erradicar.
Si no logramos un consenso respecto a los principios de la termodinámica, creo que el Parlamento de Cataluña pronto propondrá su derogación.
Pero, volviendo a mis alucinaciones, aquí dejo el texto publicado en ABC, causante de mi perpleja contemplación del progreso interpretado por los progres.
Hay que ser animales
Por Juan Manuel DE PRADA
Tengo en mis manos una fotocopia de la proposición de ley presentada en el Parlamento Catalán por Esquerra Republicana el pasado 8 de abril de 2005. En ella se insta a la reforma de la ley autonómica de defensa de los animales, mediante la inclusión de una cláusula específica que prohíba las corridas de toros en territorio catalán. Actúan como ponentes los parlamentarios Joan Ridao y Oriol Amorós; el apellido de este último, coincidente con el de uno de los más finos intérpretes literarios del arte de la tauromaquia, me ha provocado una sonrisa paradójica. La proposición de ley se antecede de una delirante exposición de motivos que, misteriosamente, no ha sido glosada por la prensa, pese a incluir alguna barbaridad que ofende a la inteligencia, además de injuriar a los taurófilos. Lo cual nos obligaría a reflexionar muy amargamente sobre los resortes de autocensura que rigen el oficio periodístico, tan diligente en la denuncia de ciertos excesos que contrarían el catecismo progre pero más bien remolón o remiso cuando se trata de señalar las necedades superferolíticas que enfangan dicho catecismo. Que no son pocas ni diminutas, por cierto.
La citada exposición de motivos incorpora muy sabrosas mamarrachadas. Así, por ejemplo, leemos que «el toro comparte muchos aspectos de nuestro sistema neurológico y emotivo». También se constata «el cambio en la relación entre los humanos y el resto de animales, desde una visión absolutamente antropocéntrica, en la que se equiparaban animales y objetos, a una visión más fraternal, fundamentada entre otros motivos en evidencias científicas como la proximidad genética entre especies, o en el hecho de que, a la postre, todos los animales son el resultado de procesos evolutivos paralelos». Naturalmente, de toda esta cháchara evolucionista se desprende una serie de «obligaciones de carácter bioético» que la ley no debe soslayar. Siempre me ha resultado enternecedor que los mismos que invocan razones «bioéticas» para combatir las corridas de toros justifiquen la experimentación con embriones humanos, y aun la fusión de células madre humanas con embriones de ratón (proyecto digno del doctor Moreau impulsado por la Generalitat de Cataluña que el Ministerio de Sanidad acaba de autorizar); será porque, como afirman los ponentes de esta proposición de ley, se impone una «visión más fraternal en la relación entre los humanos y el resto de animales». Conque, hala, a crear fraternalmente engendros genéticos.
Pero ya se sabe que la defensa a ultranza de los animales suele ser la coartada que emplean quienes desprecian olímpicamente la vida humana, según nos enseñó Hitler, tan devoto de sus perritos. Metidos en la harina de las mistificaciones, los ponentes de la citada proposición de ley no tienen rebozo en afirmar -agárrense los machos- que «la violencia ejercida contra los animales tiene muy a menudo una relación directa con otras formas de violencia ejercida contra los miembros de la sociedad percibidos como los más débiles por sus agresores, como pueden ser las mujeres, los niños, los ancianos o los inmigrantes». Lo cual, traducido al román paladino, significa que los amantes de los toros son maltratadores y xenófobos en potencia; tamaño desbarre no se le hubiese ocurrido ni a un discípulo de Lombroso empachado de sustancias lisérgicas. Aquí se comprueba que las incontinencias proferidas en sede parlamentaria sólo suscitan revuelo periodístico si se dirigen contra ciertos colectivos santificados por el catecismo progre; a los amantes de los toros, en cambio, se les puede poner como chupa de dómine sin que la prensa se inmute. Definitivamente, el espectáculo taurino tiene los días contados, salvo que surja por ahí alguna asociación gay taurófila dispuesta a reivindicar sus derechos.
2 Comentarios:
Sólo unas cositas muy breves.
1. No he leído verdad más grande en mucho tiempo que el párrafo que has destacado.
2. Tan cierto como que me tengo que morir: Hitler no sólo se declaraba amante de los animales (amó mucho más a su perra que a miles de personas, por no decir millones), sino que se declaraba abiertamente antitaurino. No podía comprender la tortura a que se sometía a los toros (claro, que yo tampoco puedo entender la tortura a la que sometió el a medio mundo).
3. Yo no he salido maltratadora, violenta ni xenófoba, sino todo lo contrario. No sé de dónde me habré escapao. Mi abuelo tampoco lo era. Y de mi abuela pa qué hablar. Y pa más inri era nieta de un ganadero (local, a pequeña escala) de reses bravas.
Se me olvidaba decir una cosa.
Esto me recuerda mucho a las tan criticadas y perseguidas afirmaciones del señor Polaino. Con una diferencia: este señor se apoya en sus consultas y estos no sabemos dónde se apoyan.
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