Opiniones en ABC. Deriva educativa.
La minoría absoluta
Por IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA
Las masas no aspiran a la mayoría; son la mayoría. Nada hay que oponer a su imperio político, siempre que se atempere con el respeto a la libertad y a los derechos de las personas. Todo debe oponerse a su dominio cultural y social. El imperio educativo de las masas es camino seguro hacia la barbarie. De ahí los estragos que suele provocar la planificación estatal de la educación, cuando los gobiernos aspiran a educar en lugar de limitarse a garantizar el derecho a la educación. Todo acto educativo es un diálogo entre dos: maestro y discípulo. Steiner y Ladjali, sabio famoso y joven profesora de Liceo de un suburbio parisiense, han dialogado sobre ese acto de transmisión de la excelencia, sobre la grandeza y melancolía de una vocación absoluta. No hay educación allí donde no se lleva al alumno hasta los confines de un mundo mejor, al que nunca habría llegado por sí mismo. Una cultura elevada no nos vacuna contra la barbarie, pero acaso dificulte su triunfo. Y esa cultura es siempre labor de una minoría apasionada y selecta. Hoy, a las masas no les basta con el poder; aspiran a educar y a tener razón. Les aguarda el fracaso.
Desvinculados, frágiles y errantes
De acuerdo con el estudio del CERS, «el joven se desvincula de la religión por los mismos mecanismos profundos que lo hace de todo vínculo fuerte, entendido como aquel que implica obligaciones, que incorpora cultura del esfuerzo y del trascender de uno mismo, y vincularse a una comunidad y a unas responsabilidades». Ahí aparece, como un incipiente rasgo trágico, un dato subrayado por el profesor Elzo: la mala conciencia de los alumnos al reconocer que tratan mal a sus padres y que en la escuela tienen más libertad de la que deberían tener. Sí, desvinculados, frágiles y errantes: «Están pidiendo a gritos que les digan por dónde tienen que ir», dice Javier Elzo. No es paradójico que la sociedad de la abundancia no sepa proponer modelos de comportamiento exigente a sus jóvenes, porque todo se ha puesto muy fácil y por lo tanto quien obtiene inmediatamente lo que desea resulta ser alguien frágil. Era inevitable, además, que fueran los mismos jóvenes los que captasen ese vacío y lo fuesen llevando no pocas veces con la creencia en ídolos electrónicos, mediáticos, confusión de realidad y «play station».
La situación no es del todo nueva, pero está en el poder un gobierno de cuyas políticas puede sospecharse que quiera incentivarla, recorriendo otra vez las rutas del minimalismo, de la erosión de modelos, de la refutación del deber o el esfuerzo. En realidad, ¿a qué cohesión social se apunta Rodríguez Zapatero? Extraña conjura entre el laxismo y la devaluación de las virtudes públicas. Crisis, por tanto, de confianza. Reaparecen las supersticiones, nuevas sectas, viejos abstencionismos. Quién sabe si cierto efecto de compensación pendular reintroducirá en escena modelos de conducta equiparables al viejo profesor, al héroe, el perfil de un campanario, al padre respetado por ejercer como tal, al simple adulto que se comporta como le corresponde sin querer fingir juventud. Por el momento estamos en las cruzadas sentimentalistas, en la anorexia, la moral efímera y esa inquietante abundancia de jóvenes que buscan que les digan a gritos por dónde tienen que ir.
Desvinculados, frágiles y errantes
Por Valentí PUIG
AULAS sin magisterio, ídolos tambaleantes, padres más amigos que padres: una gran parte de la juventud española carece de modelos de conducta, entre vientos que soplan sin concierto. La desvinculación o secularización como pérdida de capital social -según un análisis del Centro de Estudios de la Realidad Social- se produce al pasar de los 14 a los 15 años, en un conjunto de población juvenil ya más no religiosa que religiosa, mientras que en la etapa universitaria el nivel de religiosidad es más bajo que entre los no universitarios. En Cataluña se da la paradoja de que el nivel de religiosidad juvenil es inferior a la del conjunto de España, aun siendo una de las comunidades con mayor matriculación en las escuelas cristianas. Son indicios tangibles de un clima social hipercrítico con la religión, además de una quiebra del papel de la familia como transmisora de experiencia religiosa.
Desvinculados, frágiles y errantes: son rasgos de los jóvenes de hoy, según coincidía el sociólogo Javier Elzo, entrevistado el pasado sábado por ABC. Sumemos la banalización de la violencia, un 15 por ciento de familias con clima de agresividad aguda, indefensión y fragilidad del joven, un profesorado que teme la agresión del alumno, un 40 por ciento de familias en las que se ha renunciado a educar a los hijos. Los mecanismos de la desvinculación actúan casi por sí solos después de una racha de minimalismo ético y de la centralidad de lo lúdico en el «ante todo sentirse bien» de la sociedad del post-deber. Según datos del CIS, en el caso de la población de entre 18 y 24 años, la desvinculación significa un aumento de las supersticiones.
De acuerdo con el estudio del CERS, «el joven se desvincula de la religión por los mismos mecanismos profundos que lo hace de todo vínculo fuerte, entendido como aquel que implica obligaciones, que incorpora cultura del esfuerzo y del trascender de uno mismo, y vincularse a una comunidad y a unas responsabilidades». Ahí aparece, como un incipiente rasgo trágico, un dato subrayado por el profesor Elzo: la mala conciencia de los alumnos al reconocer que tratan mal a sus padres y que en la escuela tienen más libertad de la que deberían tener. Sí, desvinculados, frágiles y errantes: «Están pidiendo a gritos que les digan por dónde tienen que ir», dice Javier Elzo. No es paradójico que la sociedad de la abundancia no sepa proponer modelos de comportamiento exigente a sus jóvenes, porque todo se ha puesto muy fácil y por lo tanto quien obtiene inmediatamente lo que desea resulta ser alguien frágil. Era inevitable, además, que fueran los mismos jóvenes los que captasen ese vacío y lo fuesen llevando no pocas veces con la creencia en ídolos electrónicos, mediáticos, confusión de realidad y «play station».
La situación no es del todo nueva, pero está en el poder un gobierno de cuyas políticas puede sospecharse que quiera incentivarla, recorriendo otra vez las rutas del minimalismo, de la erosión de modelos, de la refutación del deber o el esfuerzo. En realidad, ¿a qué cohesión social se apunta Rodríguez Zapatero? Extraña conjura entre el laxismo y la devaluación de las virtudes públicas. Crisis, por tanto, de confianza. Reaparecen las supersticiones, nuevas sectas, viejos abstencionismos. Quién sabe si cierto efecto de compensación pendular reintroducirá en escena modelos de conducta equiparables al viejo profesor, al héroe, el perfil de un campanario, al padre respetado por ejercer como tal, al simple adulto que se comporta como le corresponde sin querer fingir juventud. Por el momento estamos en las cruzadas sentimentalistas, en la anorexia, la moral efímera y esa inquietante abundancia de jóvenes que buscan que les digan a gritos por dónde tienen que ir.
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