Una pesadilla
El recuerdo de un desahuciado.
Primero quiero explicar que, entre mis muchas aficiones, me encanta cuidar de las pocas plantas de jardín que tengo en la terraza de casa. Importante es que advierta que, para dedicarle la atención que merecen me gusta vestir con prendas cómodas pero viejas y gastadas por el uso y el tiempo: un pantalón de algodón desgastado, gruesas calcetas para facilitar que los destartalados zapatos donde embuto los pies no dejen al aire los dedos; y un roido sueter. Mi apariencia entonces no es muy distinta de la de cualquier desharrapado mendigo de una ciudad hindú.
Ahora debo justificar que mi apariencia es muy distinta habitualmente en el entorno de mi trabajo. Aun cuando no acostumbro a vestir con traje, ni destaco especialmente por mi elegancia, mi trabajo en la oficina me obliga a presentarme aseado, limpio y pulcro.
Tras este preámbulo narro este breve sueño, que deja el amargo regusto a pesadilla.
Tras este preámbulo narro este breve sueño, que deja el amargo regusto a pesadilla.
Lucía radiante la mañana del domingo, espléndida en un invierno que estaba resultando atípico. Agradecí esa apacibilidad que se respiraba en el barrio. La semana había sido muy intensa en el trabajo, pero el fin de semana me permitía dedicarme a mis pasatiempos, y había decidido arreglar el jardín ese domingo. Mi jardín, como yo lo llamaba no era otra cosa que una colección de macetas, mimosamente dispuestas en los rincones de la terraza de casa. Durante el invierno, no requerían muchos cuidados, pero había llegado el momento de prestarles algo de atención. Había dejado pasar demasiado tiempo sin atenderlas nada, y convenía limpiar con más intensidad la terraza y aprovechar para reorganizar los tiestos.
Las obras próximas habían provocado una acumulación excesiva de polvo, más que polvo, era tierra, la tierra arrastrada por las últimas tormentas de viento.
Por esa razón vestía mis cómodas prendas viejas aquella soleada mañana de febrero.
Había estado arreglando los tallos de los bulbos que pronto volverían a florecer: el año pasado las frisias habían dado unas flores multicolores muy hermosas y ya despuntaban las nuevas yemas entre los tallos. Los geranios estaban llenos de polvo y había que regar las hojas para limpiarlos. Al helecho hubo que darle forma, pero más trabajo ocasionaba la yedra, que se reproducía tan rápidamente que muchas puntas sobraban... por cierto, que fue cortando esas puntas de la yedra cuando más sentí el retemblor del suelo. Últimamente las obras estaban provocando algunos temblores en el barrio. Éste me había parecido más intenso...
Ahora estaba ya con las plantas arregladas, pero tenía una hermosa terraza llena de desperdicios. Cortando los rosales, en un momento que había prescindido de mis guantes de trabajo, me había pinchado y, alterado por el último temblor, se me desgarró ligeramente la manga del sueter con la alcayata que sobresalía más de lo adecuado. Tendría que ir pensando en quitarla de ahí, porque para el verano quizás conviniera dirigir la yedra en otro sentido. En esa parte el tallo iba a molestar mucho para permitir el paso...
Y entonces fue cuando llegaron los avisos de que teníamos que desalojar la casa. Otra vez se repetían los temblores, ahora más acusados y continuos en el terreno...
Abajo en la calle se notaba el revuelo de la gente que salía precipitadamente del edificio de enfrente... Alguien llamaba al timbre y, mientras me dirigía a abrir escuché sonido de sirenas aproximándose.
- ¡Hola, Paco! ¿Qué pasa?- Pero, ¿cómo que qué pasa? ¿No ves que esto se cae?
- ¿Qué dices?- ¡Coño, Juan, pareces tonto! ¡Que el edificio se mueve! ¿Es que no lo notas?
- ¡Calma, hombre! Sí, claro que noto los temblores, los llevo notando desde hace dos semanas...
- Pero no como ahora, ¿no te das cuenta que esto se cae?
- Pero ¡hombre, Paco! Mira que eres exagerado...
Mis palabras quedaron interrumpidas por los mossos que iban subiendo por las escaleras advirtiendo a la gente que teníamos que salir del edificio.
En un momento me encontré en la calle vestido con mis ropas desastradas, las viejas gafas que sólo utilizo en casa, las llaves y el móvil...
Paco estaba explicándole al joven mosso que nos conminó a que bajáramos a la calle, que tenía que ir a por su gato Boby, porque su mujer, con recoger a los niños ya tenía bastante, y se había olvidado del gato.
Entonces vi que Marta estaba allí al lado con los niños... Entonces me acordé de María y los niños.
¡Dios mío! María había ido con Adrián y Jordi a la piscina. Hoy me encargaba yo de la comida...
Me acerqué al mosso con el que seguía discutiendo Paco, yo también tenía que volver a entrar, me había puesto la cazadora que estaba más a mano, pero no cogí la cartera...
Nos dijeron que era imposible, por el momento, regresar a casa... que teníamos que irnos de allí hasta que los técnicos hicieran una evaluación sobre posibles daños... que tuviéramos calma.
Estuvieron viniendo más coches de los mossos, todos con sus sirenas. También había algunos coches oficiales, creo que de alguna Conselleria de la Generalitat.
El mosso con el que hablábamos volvió a insistir que no se podía entrar en el edificio y que nos teníamos que ir de allí... que nos fuéramos apartando.
Llegaron más mossos, y los bomberos...
Los mossos comenzaron a colocar unas vallas mientras nos alejábamos hacia el parque. Cogí mi móvil y llamé a María... Estaba fuera de cobertura. ¡Claro, lo tendría apagado mientras se bañaban!
Paco decía que se iban a casa de su cuñado, que acababa de hablar con Josep, y que después de comer volverían para recoger las cosas, porque pensaba llevarse todo a la torre... que de momento no iban a quedarse a dormir una noche más allí, en la situación que estaba eso...
- Pero, Paco, tú estás loco, si no va a ser nada. Los técnicos harán un reconocimiento y no pasará nada.
- Juan, sigues sin enterarte. En el edificio de enfrente han aparecido grietas. ¡Unas rajas...! Yo esta tarde vengo con mi cuñado y en su furgoneta en un par de viajes nos llevamos lo que podamos, como si estuviéramos de veraneo. Bueno, además me llevo el Home cinema que me acabo de comprar.
- Pues yo voy a ver si localizo a María y comemos en el burguer, aunque ¡con esta pinta que llevo...! Hasta luego, Marta.
- Adiós.Volví a llamar a María... Nada, el teléfono seguía apagado. Me acerqué a preguntarle a uno de los mossos que estaban en el cordón de las vallas que cuánto tiempo iba a durar aquéllo. Me dijo que no sabía. Que los técnicos iban a analizar los daños que se habían manifestado en dos bloques, que seguramente duraría unas cuatro horas, pero que a primera hora de la tarde ya se podría volver...
Decidí que podía acercarme hasta la piscina dando un paseo y así podríamos ir a comer por allí cerca. Volví a marcar el número de María...
- ¡Hola!- ¡María! Que no podemos entrar en casa hasta esta tarde, porque están inspeccionando los bloques y nos han desalojado. Que comemos por ahí cerca... que ya voy hacia la piscina.
- Bueno, los niños estarán encantados. Han estado comentando que temían la comida que ibas a preparar. Sobre todo Jordi, que ha estado protestando porque no le gusta como preparas el arroz, que siempre dice que prefiere el que hago yo...
- María, que si tienes dinero, que yo he salido con lo puesto... porque estaba hablando con Paco, cuando nos han desalojado y...
- ¡Qué! ¿Pero tan grave es?
- No. Sólo van a evaluar los daños para ver qué medidas de precaución han de tomar... Ya sabes, es por lo de las obras del metro, pero es que cuando estábamos en la calle, me dí cuenta de que había olvidado la cartera. Por cierto ¡que estoy con una pinta...!
- Bueno, pues ahora nos vemos... ¡Un beso!
- Otro.
María se enfadó, nada más verme a la puerta de la piscina. No sirvió que le explicara que estaba organizando la terraza como me llevaba pidiendo ya dos semanas... Que si no tenía otra ropa para ponerme...
En fin, que con la pinta zarrapastrosa que llevaba no sabía dónde íbamos a ir a comer...
Propuse ir al burguer y los niños se entusiasmaron. María accedió de mala gana.
Yo, la verdad, sentía un poco de vergüenza, pero en el burguer pasa uno desapercibido.
Después de comer, volvimos a casa...
Los coches estaban parados dos calles antes de aquella en la que habían puesto la valla por la mañana. Ví a Paco, y me bajé del coche.
- Paco, ¿qué pasa?
- Que ¿qué pasa?. ¡Coño, que no nos dejan pasar! Que están desalojando todos los bloques de la calle y que no podemos volver a casa.
- Pero ¿qué dices? Si sólo iban a inspeccionar las casas...
- Pues eso... y encima mi cuñado Josep está de un coñazo... Dice que le he jodido la tarde y que se vuelve otra vez a su casa...
De repente, el suelo se estremeció bajo nuestro pies. A lo lejos oímos el estruendo de un derrumbe...
Hoy me han dicho que tenemos que renovar los papeles: el carnet de conducir no, porque lo guardo en la guantera y allí sigue, pero todo lo demás...
Todavía no sé si vamos a tener que pagar esta noche en el hotel. No voy a poder ir al trabajo hoy...
Me han dicho que mi casa ya no existe, que se ha hundido el bloque entero... y el de al lado.
Tengo que ir al banco para sacar dinero, comprar ropa... Adrián dice que hoy tenía que devolver los libros a la biblioteca del cole... Jordi quiere su gameboy... María y yo nos miramos...
Hoy no podré ir al trabajo...
Creo que Paco no podrá estrenar su jouncinema... Y mis frisias tampoco van a florecer ya este año...
Creo que ha sido un mal sueño... ¿o no? Ya ni siquiera sé si vivía en El Carmelo...
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