EL ESPAÑOL EN ESPAÑA
Su iniciativa a favor del Diccionario Histórico también es importante. Una serie de circunstancias ha hecho que el magno proyecto iniciado por don Rafael Lapesa y continuado por don Manuel Seco esté en este momento paralizado. La situación de la lexicografía española es hoy, la verdad, digna de atención y ayuda. Se han hecho y se hacen en ella cosas importantes, pero no poseemos, hoy en día, ningún Diccionario que pueda competir en extensión y modernidad con los de otras lenguas europeas. ¡Y fuimos los primeros que, con Nebrija, comenzamos a hacer diccionarios!
Pero no voy a escribir hoy de esto, sino de la paradójica situación de la lengua española, cada vez más difundida y apreciada en todo el mundo, cada vez más acosada en España por la legislación de las Autonomías que sabemos. He escrito mil veces aquí sobre esto y me han hecho el silencio más rotundo.
Ahora leemos, menos mal, sobre los profesores perseguidos por no saber vascuence y encerrados como protesta en un instituto de Bilbao. Alguien toma por fin una decisión. Hay que felicitarles.
El tema es éste. Según la Constitución Española, art. 1, todos los españoles tienen el derecho a usar la lengua española, que llama castellana: también los profesores en el ejercicio de sus funciones, entiendo. Y todos los españoles tienen el deber de conocerla. Los alumnos también.
Es, pues, normal que esos profesores, y los demás, impartan la clase en español. No hay justificación alguna para que el que habla español a españoles tenga que olvidarlo provisionalmente y hablar, sin duda mal, en vasco o catalán o gallego. La legislación autonómica en ese sentido es anticonstitucional: debería ser abrogada como papel mojado. La imposición forzada del vasco, el catalán y el gallego a muchos españoles se está convirtiendo en una tortura para nuestros connacionales, además de ser un factor de atraso y una burla para toda la nación española.
Entiéndase, las lenguas vernáculas de que hablamos son hermosas y respetables. Son una riqueza adicional. Pero el español es no sólo la lengua oficial de España, es también la lengua común, la que sirve para el entendimiento entre todos. La única obligatoria, la única absolutamente necesaria.
Hay muchas bellezas en el mundo, pero no todos pueden dormir con la dorada Afrodita, decía un poeta griego. Muchos españoles pueden pensar que con el español les basta, que no tienen por qué ocupar su tiempo y su espacio mental en otras lenguas. Igual que el profesor francés enseña en francés, el italiano en italiano. Lo que no quita para que haya, en esas naciones, otras lenguas respetables. Solo que nadie intenta imponerlas mediante la violencia legislativa de órganos inferiores al Estado.
Los que han propugnado esa demencial legislación (y quieren llevarla más lejos, imponiendo, por ejemplo, en Cataluña la obligación de saber catalán) lo que hacen es crear a todos un problema. Poner a sus territorios caparazones aislantes, con daño común. Lo escribí aquí no hace tanto: las lenguas son un pretexto para dramatizar las pretensiones nacionalistas y crear tinglados favorables. Poniendo incómodos a todos con lenguas que muchos o ignoran o conocen mal. ¡Habiendo una que conocen todos! No nos compliquemos la vida en forma tan miserable.
La cosa ha ido demasiado lejos y va a más. Porque si uno va a Bilbao o San Sebastián o a Barcelona o Valencia, se siente allí tan cómodo como en cualquier lugar de España. Pero si va a los puntos sensibles -instituciones y demás - se siente acosado por la imposición de las lenguas vernáculas. Muy respetables y hermosas, sí. Pero fuera de lugar cuando impiden la normal comunicación. Que es para lo que se inventaron las lenguas. Sobre todo, las lenguas comunes como el español.
Sí, ya sé que esas lenguas son «cooficiales», pero nadie ha dicho qué significa «cooficial»: ¿por qué no se aclaró desde el principio? En la práctica, es una patente de arbitrariedad, todo vale. Incluso abolir, en la práctica, el artículo 1. Poner un portazgo si se quiere enseñar inglés o música o cualquier cosa. O enterarse de algo en un hospital. Créanme, hay soluciones. Pero se han evitado, adrede.
Pero no hemos llegado a lo peor. Ahora las lenguas que son cooficiales (signifique lo que signifique) en sus respectivos territorios pretenden serlo también, y a veces lo consiguen, en toda España, así en las Cortes. Y en la Unión Europea. ¡Pero ahí no hay ni cooficialidad! Aparte de que el español es de todos los españoles, la mitad de la literatura española está escrita por vascos o catalanes o gallegos (y asturianos y andaluces...y todos).
Los promotores de esa necia política ponen al español (y a España) en pésima situación, si no en ridículo, en Europa. Con ese vergonzoso desmigajamiento no vamos a ninguna parte. Habría que cortarlo de una vez. He tenido muchos problemas con él en los Premios del Ministerio de Cultura (de traducción y teatro concretamente). Me negué a entrar en esos jurados en que al español lo ponen en situación de inferioridad. Pero dejo este tema para otro día.
Este acoso al español, de varias maneras y en varios terrenos, es denigrante. Y tengo el máximo respeto para esas lenguas. Pero está el interés de toda España: entenderse y vivir en paz con el instrumento que para ello ha forjado la historia. Cada campo es un campo. Y está la Constitución. Más que reformarla habría que hacer, antes, que fuera respetada. En el terreno de la lengua la verdad es que ha sido burlada desde el primer momento.
Es un terrible acoso el que sufre nuestra lengua española. Muchos premios, muchos homenajes, muchos Congresos, mucho Cervantes. Y, en la práctica, nada. Tan sólo sus hablantes la apoyan. Pienso, de todos modos, cuando quiero ser optimista (y no es fácil hoy) que las circunstancias coyunturales, artificiosas, de pura política, que operan contra el español, no prevalecerán.
Su fuerza es grande. El presidente del Gobierno estaba en esto de acuerdo conmigo, en la reunión de la Academia. Pero es a largo plazo. De momento, sus hablantes sufren, no comprenden que se cierren los ojos, que se los abandone como a mera calderilla. Está bien la Ciencia lexicográfica del español, yo he luchado mucho por ella. Pero no es suficiente, se imponen acciones inmediatas.
Según estamos y leemos cada día en los periódicos, perdemos todos y nadie gana nada. El español es lo que nos queda para comunicarnos con el mundo. Y para que el mundo se comunique con nosotros. Si tenemos problemas con el español, que los tenemos, ¿cuáles no serán si lo sustituimos por un ramillete de lenguas? ¿Qué idea sacaría de nosotros, me pregunto, un profesor holandés, amigo mío, que fue a Valencia a dar una conferencia en español y le salió alguien recriminándole porque no lo hacía en valenciano?
Otras veces, la cosa raya en el ridículo: Facultades universitarias donde todos hablan español pero toda la documentación oficial, todos los letreros, están en la lengua vernácula. Pura ficción, puro travestismo. Su honor está, a lo mejor, en una sola letra.
Un buen motivo de reflexión para nuestro Gobierno es el que pongo aquí sobre la mesa. Los profesores de Bilbao, una ciudad española y liberal, patria de escritores en español, nos han dado una lección. Sólo pido que esa lección - y otras que sin duda seguirán- sea escuchada.
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