El cristianismo y las religiones del mundo
Fe, verdad y tolerancia.
Entrevista al Cardenal Ratzinger - 26/11/2004En su último libro «Fe, verdad, tolerancia - El cristianismo y las religiones del mundo» («Fede, verità, tolleranza - Il cristianesimo e le religioni del mondo», editorial Cantagalli), publicado recientemente en italiano, el cardenal Joseph Ratzinger interviene en los principales temas del momento: la relación entre las religiones, los riesgos del relativismo y el papel que el cristianismo puede jugar. Son cuestiones que el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe abordó también en una entrevista concedida a Antonio Socci, publicada íntegramente en «Il Giornale» el pasado 26 de noviembre. Reproducimos aquí el texto difundido por el diario milanés y luego publicado por ZENIT.
Eminencia, hay una idea que se ha afirmado en la alta cultura y en el pensamiento común según la cual las religiones son todas vías que llevan hacia el mismo Dios, de forma que lo mismo vale una que otra. ¿Qué piensa, desde el punto de vista teológico?
Diría que incluso en el plano empírico, histórico, no es cierta esta concepción, muy cómoda para el pensamiento de hoy. Es un reflejo del relativismo difundido, pero la realidad no es ésta porque las religiones no están de una forma estática, una junto a otra, sino que se encuentran en un dinamismo histórico en el que se convierten también en desafíos la una para la otra. Al final, la Verdad es una, Dios es uno, por ello todas estas expresiones tan diferentes, nacidas en diversos momentos históricos, no son equivalentes, sino que son un camino en el que se plantea la cuestión: ¿dónde ir? No se puede decir que son caminos equivalentes porque están en un diálogo interior, y naturalmente me parece evidente que no pueden ser medios de salvación cosas contradictorias: la verdad y la mentira no pueden ser de la misma forma vías de salvación. Por ello, esta idea sencillamente no responde a la realidad de las religiones y no responde a la necesidad del hombre de encontrar una respuesta coherente a sus grandes interrogantes.
En varias religiones se reconoce el carácter extraordinario de la figura de Jesús. Parece que no es necesario ser cristiano para venerarlo. ¿Entonces no hay necesidad de la Iglesia?
Ya en el Evangelio encontramos dos posturas posibles referentes a Cristo. El Señor mismo distingue: qué dice la gente y qué decís vosotros. Pregunta qué dicen aquellos que Le conocen de segunda mano, o de manera histórica, literaria, y después qué dicen aquellos que Le conocen de cerca y han entrado realmente en un encuentro verdadero, tienen experiencia de Su verdadera identidad. Esta distinción permanece presente en toda la historia: existe una impresión desde fuera que tiene elementos de verdad. En el Evangelio se ve que algunos dicen: «es un profeta». Así como hoy se dice que Jesús es una gran personalidad religiosa o que hay que contarlo entre los «avataras» --las múltiples manifestaciones de lo divino--. Pero los que han entrado en comunión con Jesús reconocen que existe otra realidad, es Dios presente en un hombre.
¿No es comparable con las otras grandes personalidades de las religiones?
Son muy distintas unas de otras. Buda, en sustancia, dice: «Olvidadme, id sólo sobre el camino que he mostrado». Mahoma afirma: «El señor Dios me ha dado estas palabras que verbalmente os transmito en el Corán». Y así. Pero Jesús no entra en esta categoría de personalidades ya visible e históricamente diferentes. Menos aún es uno de los «avataras», en el sentido de los mitos de la religión hinduista.
¿Por qué?
Es una realidad del todo distinta. Pertenece a una historia, que comienza desde Abraham, en la cual Dios muestra su rostro, Dios se revela como una persona que sabe hablar y responder. Y este rostro de Dios, de un Dios que es persona y actúa en la historia, encuentra su cumplimiento en el instante en que Dios mismo, haciéndose hombre Él mismo, entra en el templo. Por lo tanto, incluso históricamente, no se puede asimilar a Jesucristo con las diversas personalidades religiosas o con las visiones mitológicas orientales.
Para la mentalidad común, esta «pretensión» de la Iglesia –que proclama a «Cristo, única salvación»-- es arrogancia doctrinal.
Puedo entender los motivos de esta moderna visión que se opone a la unicidad de Cristo, y comprendo también una cierta modestia de algunos católicos para los cuales «nosotros no podemos decir que tenemos una cosa mejor que los demás». Además, existe también la herida del colonialismo, período durante el cual algunos poderes europeos, en función de su poder mundial, instrumentalizaron el cristianismo. Estas heridas han permanecido en la conciencia cristiana, pero no deben impedirnos ver lo esencial. Porque el abuso del pasado no debe impedir la comprensión recta. El colonialismo –y el cristianismo como instrumento de poder— es un abuso. Pero el hecho de que se haya abusado de ello no debe cerrar nuestros ojos frente a la realidad de la unicidad de Cristo. Sobre todo debemos reconocer que el Cristianismo no es una invención nuestra europea, no es un producto nuestro. Es siempre un desafío que viene de fuera de Europa: al principio, vino de Asia, como bien sabemos. Y se encontró inmediatamente en contraste con la sensibilidad dominante. Aunque después Europa fue cristianizada, siempre quedó esta lucha entre las propias pretensiones particulares, entre las tendencias europeas, y la novedad siempre nueva de la Palabra de Dios que se opone a estos exclusivismos y abre a la verdadera universalidad. En este sentido, me parece que debemos redescubrir que el cristianismo no es una propiedad europea.
¿El cristianismo contrasta también hoy con la tendencia al cerramiento que hay en Europa?
El cristianismo es siempre algo que viene realmente de fuera, de un acontecimiento divino que nos transforma y se opone incluso a nuestras pretensiones y a nuestros valores. El Señor cambia siempre nuestras pretensiones y abre nuestros corazones a Su universalidad. Me parece muy significativo que en este momento el Occidente europeo sea la parte del mundo más opuesta al cristianismo, precisamente porque el espíritu europeo se ha autonomizado y no quiere aceptar que haya una Palabra divina que le muestre un camino que no siempre es cómodo.
Evocando a Dostoevskij, me pregunto si un hombre moderno puede creer, creer verdaderamente que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre. Se percibe como un absurdo.
Cierto; para un hombre moderno es una cosa casi impensable, un poco absurda y fácilmente se atribuye a un pensamiento mitológico de un tiempo pasado que ya no es aceptable. La distancia histórica hace más difícil pensar que un individuo que vivió en un tiempo lejano pueda estar ahora presente, para mí, y que sea la repuesta a mis preguntas.
Me parece importante observar que Cristo no es un individuo del pasado lejano a mí, sino que ha creado un camino de luz que invade la historia empezando por los primeros mártires, con estos testigos que transforman el pensamiento humano, ven la dignidad humana del esclavo, se ocupan de los pobres, de los que sufren y llevan así una novedad en el mundo también con el propio sufrimiento. Con esos grandes doctores que transforman la sabiduría de los griegos, de los latinos, en una nueva visión del mundo inspirada justamente por Cristo, que encuentra en Cristo la luz para interpretar el mundo, con figuras como San Francisco de Asís, que ha creado el nuevo humanismo. O figuras también de nuestro tiempo: pensemos en Madre Teresa, Maximiliano Kolbe...
Es un ininterrumpido camino de luz que hace camino en la historia y una ininterrumpida presencia de Cristo, y me parece que este hecho –que Cristo no se ha quedado en el pasado, sino que ha sido siempre contemporáneo con todas las generaciones y ha creado una nueva historia, una nueva luz en la historia, en la cual está presente y siempre contemporáneo— hace entender que no se trata de cualquiera grande en la historia, sino de una realidad verdaderamente Otra, que lleva siempre luz. Así, asociándose a esta historia, uno entra en un contexto de luz, no se pone en relación con una persona lejana, sino con una realidad presente.
¿Por qué, en su opinión, un hombre del 2003 necesita a Cristo?
Es fácil advertir que las cosas que proporciona sólo un mundo material o incluso intelectual no responden a la necesidad más profunda, más radical que existe en todo hombre: porque el hombre tiene el deseo –como dicen los Padres— del infinito. Me parece que precisamente nuestro tiempo, con sus contradicciones, sus desesperaciones, su masivo refugiarse en callejones como la droga, manifiesta visiblemente esta sed del infinito, y sólo un amor infinito que sin embargo entra en la finitud, y se convierte directamente en un hombre como yo, es la respuesta.
Es ciertamente una paradoja que Dios, el inmenso, haya entrado en el mundo finito como una persona humana. Pero es precisamente la respuesta de la que tenemos necesidad: una respuesta infinita que, sin embargo, se hace aceptable y accesible, para mí, «acabando» en una persona humana que, con todo, es el infinito. Es la respuesta de la cual se tiene necesidad: casi se debería inventar si no existiera...
Existe una novedad en su libro a propósito del tema del relativismo. Usted sostiene que en la práctica política, el relativismo es bienvenido porque nos vacuna, digamos, de la tentación utópica. ¿Es el juicio que la Iglesia siempre ha ofrecido sobre la política?
Diría que sí. Es esta una de las novedades esenciales del cristianismo para la historia. Porque hasta Cristo, la identificación de religión y Estado, divinidad y Estado, era casi necesaria para dar una estabilidad al Estado. Después el Islam vuelve a esta identificación entre mundo político y religioso, con el pensamiento de que sólo con el poder político se puede también moralizar la humanidad.
En realidad, desde Cristo mismo encontramos inmediatamente la postura contraria: Dios no es de este mundo, no tiene legiones, así lo dice Cristo; Stalin dice que no tiene divisiones. No tiene un poder mundano, atrae a la humanidad hacia sí no con un poder externo, político, militar, sino sólo con el poder de la verdad que convence, del amor que atrae. Él dice: «Atraeré a todos hacia mí». Pero lo dice justamente desde la cruz. Y así crea esta distinción entre emperador y Dios, entre el mundo del emperador al cual conviene lealtad, pero una lealtad crítica, y el mundo de Dios, que es absoluto. Mientras que no es absoluto el Estado.
Por lo tanto, no existe poder o política o ideología que pueda reivindicar para sí lo absoluto, lo definitivo, la perfección...
Esto es muy importante. Por ello he sido contrario a la teología de la liberación, que de nuevo ha transformado el Evangelio en receta política con la absolutización de una postura para la cual sólo ésta sería la receta para liberar y dar progreso...
En realidad, el mundo político es el mundo de nuestra razón práctica donde, con los medios de nuestra razón, debemos encontrar los caminos. Hay que dejar precisamente a la razón humana hallar los medios más adecuados y no absolutizar el Estado. Los Padres han orado por el Estado reconociendo en él la necesidad, su valor, pero no han adorado el Estado: me parece justamente ésta la distinción decisiva.
Pero este es un extraordinario punto de encuentro entre pensamiento cristiano y cultura liberal-democrática.
Pienso que la visión liberal-democrática no habría podido nacer sin este acontecimiento cristiano que ha dividido los dos mundos, creando así también una nueva libertad. El Estado es importante, se deben obedecer las leyes, pero no es el poder último. La distinción entre el Estado y la realidad divina crea el espacio de una libertad en la que una persona puede también oponerse al Estado. Los mártires son un testimonio para esta limitación del poder absoluto del Estado. Así ha nacido una historia de libertad. Si bien después el pensamiento liberal-democrático ha tomado sus caminos, el origen es precisamente este.
Los sistemas comunistas europeos se han derrumbado. Pero usted, en su libro, no excluye que el pensamiento marxista pueda en cualquier caso volver a presentarse en otras formas en los próximos tiempos.
Es una hipótesis mía, pero me parece que comienza ya a verificarse, porque el puro relativismo que no conoce valores éticos fundamentales y por lo tanto no conoce realmente tampoco un porqué de la vida humana, incluso de la vida política, no es suficiente. Por ello, para un no creyente que no reconoce la trascendencia, persiste este gran deseo de encontrar algo absoluto y un sentido moral de su actuación.
Las agitaciones «no-global» de estos años, ¿son de nuevo una trasposición de la sed de absoluto en un objetivo político?
Diría que sí. Existe siempre esta sed, porque el hombre tiene necesidad de lo absoluto, y si no lo encuentra en Dios lo crea en la historia.
Siguiendo con el tema del relativismo, ¿todos los usos y costumbres y las civilizaciones deben ser siempre respetadas a priori o bien existe un canon mínimo de derechos y deberes que debe valer para todos?
Esta es la otra cara de la moneda. Primero hemos constatado que la política es el mundo de lo opinable, de lo perfectible, donde se deben buscar con las fuerzas de la razón los caminos mejores, sin absolutizar un partido o una receta. Sin embargo, existe también un campo ético, la política, por ello no puede al final conllevar un relativismo total donde, por ejemplo, matar y crear paz tengan la misma legitimidad. En diversos documentos de nuestra Congregación hemos subrayado este hecho, aún reconociendo totalmente la autonomía política.
Así que no todo está permitido...
Hemos dicho siempre que ni siquiera la mayoría es la última instancia, la legitimación absoluta de todo, en cuanto que la dictadura de la mayoría sería igualmente peligrosa como las demás dictaduras. Porque podría un día decidir, por ejemplo, que hay una «raza» que hay que excluir para el progreso de la historia, aberración lamentablemente ya vista. Por lo tanto, existen límites también al relativismo político. El límite está trazado por algunos valores éticos fundamentales que son precisamente la condición de este pluralismo. Y son por lo tanto obligatorios también para las mayorías.
¿Algún ejemplo?
Sustancialmente el Decálogo ofrece en síntesis estas grandes constantes.
Volviendo a otro aspecto del «relativismo cultural», también entre los católicos hay quien considera la misión casi una violencia psicológica frente a pueblos que tienen otra civilización.
Si uno piensa que el Cristianismo es sólo su propio mundo tradicional, evidentemente percibe así la misión. Pero se ve que no ha entendido la grandeza de esta perla, como dice el Señor, que se le da en la fe. Naturalmente, si fueran sólo tradiciones nuestras, no se podrían llevar a los demás. Si en cambio hemos descubierto, como dice San Juan, el Amor, si hemos descubierto el rostro de Dios, tenemos el deber de contarlo a los demás. No puedo mantener sólo para mí una cosa grande, un amor grande, debo comunicar la Verdad. Naturalmente en el pleno respeto de su libertad, porque la verdad no se impone con otros medios más que con la propia evidencia, y sólo ofreciendo este descubrimiento a los demás –mostrando lo que hemos encontrado, el don que tenemos en la mano, que está destinado a todos— podemos anunciar bien el Cristianismo, sabiendo que supone el altísimo respeto de la libertad del otro, porque una conversión que no estuviera basada en la convicción interior --«he encontrado lo que deseaba»-- no sería una verdadera conversión.
Recientemente ha salido a la luz en la prensa un fenómeno doloroso: la conversión de muchos inmigrantes que proceden del Islam y que –además de hallarse en peligro— se encuentran solos, no acompañados por la comunidad cristiana.
Sí, lo he leído y me duele mucho. Es siempre el mismo síntoma, el drama de nuestra conciencia cristiana que está herida, que es insegura de sí. Naturalmente debemos respetar los Estados islámicos, su religión, pero sin embargo pedir también la libertad de conciencia de cuantos quieren hacerse cristianos, y con valor debemos asistir a estas personas, precisamente si estamos convencidos de que han encontrado algo que es la respuesta verdadera. No debemos dejarles solos. Se debe hacer todo lo posible para que puedan, en libertad y con paz, vivir cuanto han hallado en la religión cristiana.
Eminencia, hay una idea que se ha afirmado en la alta cultura y en el pensamiento común según la cual las religiones son todas vías que llevan hacia el mismo Dios, de forma que lo mismo vale una que otra. ¿Qué piensa, desde el punto de vista teológico?
Diría que incluso en el plano empírico, histórico, no es cierta esta concepción, muy cómoda para el pensamiento de hoy. Es un reflejo del relativismo difundido, pero la realidad no es ésta porque las religiones no están de una forma estática, una junto a otra, sino que se encuentran en un dinamismo histórico en el que se convierten también en desafíos la una para la otra. Al final, la Verdad es una, Dios es uno, por ello todas estas expresiones tan diferentes, nacidas en diversos momentos históricos, no son equivalentes, sino que son un camino en el que se plantea la cuestión: ¿dónde ir? No se puede decir que son caminos equivalentes porque están en un diálogo interior, y naturalmente me parece evidente que no pueden ser medios de salvación cosas contradictorias: la verdad y la mentira no pueden ser de la misma forma vías de salvación. Por ello, esta idea sencillamente no responde a la realidad de las religiones y no responde a la necesidad del hombre de encontrar una respuesta coherente a sus grandes interrogantes.
En varias religiones se reconoce el carácter extraordinario de la figura de Jesús. Parece que no es necesario ser cristiano para venerarlo. ¿Entonces no hay necesidad de la Iglesia?
Ya en el Evangelio encontramos dos posturas posibles referentes a Cristo. El Señor mismo distingue: qué dice la gente y qué decís vosotros. Pregunta qué dicen aquellos que Le conocen de segunda mano, o de manera histórica, literaria, y después qué dicen aquellos que Le conocen de cerca y han entrado realmente en un encuentro verdadero, tienen experiencia de Su verdadera identidad. Esta distinción permanece presente en toda la historia: existe una impresión desde fuera que tiene elementos de verdad. En el Evangelio se ve que algunos dicen: «es un profeta». Así como hoy se dice que Jesús es una gran personalidad religiosa o que hay que contarlo entre los «avataras» --las múltiples manifestaciones de lo divino--. Pero los que han entrado en comunión con Jesús reconocen que existe otra realidad, es Dios presente en un hombre.
¿No es comparable con las otras grandes personalidades de las religiones?
Son muy distintas unas de otras. Buda, en sustancia, dice: «Olvidadme, id sólo sobre el camino que he mostrado». Mahoma afirma: «El señor Dios me ha dado estas palabras que verbalmente os transmito en el Corán». Y así. Pero Jesús no entra en esta categoría de personalidades ya visible e históricamente diferentes. Menos aún es uno de los «avataras», en el sentido de los mitos de la religión hinduista.
¿Por qué?
Es una realidad del todo distinta. Pertenece a una historia, que comienza desde Abraham, en la cual Dios muestra su rostro, Dios se revela como una persona que sabe hablar y responder. Y este rostro de Dios, de un Dios que es persona y actúa en la historia, encuentra su cumplimiento en el instante en que Dios mismo, haciéndose hombre Él mismo, entra en el templo. Por lo tanto, incluso históricamente, no se puede asimilar a Jesucristo con las diversas personalidades religiosas o con las visiones mitológicas orientales.
Para la mentalidad común, esta «pretensión» de la Iglesia –que proclama a «Cristo, única salvación»-- es arrogancia doctrinal.
Puedo entender los motivos de esta moderna visión que se opone a la unicidad de Cristo, y comprendo también una cierta modestia de algunos católicos para los cuales «nosotros no podemos decir que tenemos una cosa mejor que los demás». Además, existe también la herida del colonialismo, período durante el cual algunos poderes europeos, en función de su poder mundial, instrumentalizaron el cristianismo. Estas heridas han permanecido en la conciencia cristiana, pero no deben impedirnos ver lo esencial. Porque el abuso del pasado no debe impedir la comprensión recta. El colonialismo –y el cristianismo como instrumento de poder— es un abuso. Pero el hecho de que se haya abusado de ello no debe cerrar nuestros ojos frente a la realidad de la unicidad de Cristo. Sobre todo debemos reconocer que el Cristianismo no es una invención nuestra europea, no es un producto nuestro. Es siempre un desafío que viene de fuera de Europa: al principio, vino de Asia, como bien sabemos. Y se encontró inmediatamente en contraste con la sensibilidad dominante. Aunque después Europa fue cristianizada, siempre quedó esta lucha entre las propias pretensiones particulares, entre las tendencias europeas, y la novedad siempre nueva de la Palabra de Dios que se opone a estos exclusivismos y abre a la verdadera universalidad. En este sentido, me parece que debemos redescubrir que el cristianismo no es una propiedad europea.
¿El cristianismo contrasta también hoy con la tendencia al cerramiento que hay en Europa?
El cristianismo es siempre algo que viene realmente de fuera, de un acontecimiento divino que nos transforma y se opone incluso a nuestras pretensiones y a nuestros valores. El Señor cambia siempre nuestras pretensiones y abre nuestros corazones a Su universalidad. Me parece muy significativo que en este momento el Occidente europeo sea la parte del mundo más opuesta al cristianismo, precisamente porque el espíritu europeo se ha autonomizado y no quiere aceptar que haya una Palabra divina que le muestre un camino que no siempre es cómodo.
Evocando a Dostoevskij, me pregunto si un hombre moderno puede creer, creer verdaderamente que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre. Se percibe como un absurdo.
Cierto; para un hombre moderno es una cosa casi impensable, un poco absurda y fácilmente se atribuye a un pensamiento mitológico de un tiempo pasado que ya no es aceptable. La distancia histórica hace más difícil pensar que un individuo que vivió en un tiempo lejano pueda estar ahora presente, para mí, y que sea la repuesta a mis preguntas.
Me parece importante observar que Cristo no es un individuo del pasado lejano a mí, sino que ha creado un camino de luz que invade la historia empezando por los primeros mártires, con estos testigos que transforman el pensamiento humano, ven la dignidad humana del esclavo, se ocupan de los pobres, de los que sufren y llevan así una novedad en el mundo también con el propio sufrimiento. Con esos grandes doctores que transforman la sabiduría de los griegos, de los latinos, en una nueva visión del mundo inspirada justamente por Cristo, que encuentra en Cristo la luz para interpretar el mundo, con figuras como San Francisco de Asís, que ha creado el nuevo humanismo. O figuras también de nuestro tiempo: pensemos en Madre Teresa, Maximiliano Kolbe...
Es un ininterrumpido camino de luz que hace camino en la historia y una ininterrumpida presencia de Cristo, y me parece que este hecho –que Cristo no se ha quedado en el pasado, sino que ha sido siempre contemporáneo con todas las generaciones y ha creado una nueva historia, una nueva luz en la historia, en la cual está presente y siempre contemporáneo— hace entender que no se trata de cualquiera grande en la historia, sino de una realidad verdaderamente Otra, que lleva siempre luz. Así, asociándose a esta historia, uno entra en un contexto de luz, no se pone en relación con una persona lejana, sino con una realidad presente.
¿Por qué, en su opinión, un hombre del 2003 necesita a Cristo?
Es fácil advertir que las cosas que proporciona sólo un mundo material o incluso intelectual no responden a la necesidad más profunda, más radical que existe en todo hombre: porque el hombre tiene el deseo –como dicen los Padres— del infinito. Me parece que precisamente nuestro tiempo, con sus contradicciones, sus desesperaciones, su masivo refugiarse en callejones como la droga, manifiesta visiblemente esta sed del infinito, y sólo un amor infinito que sin embargo entra en la finitud, y se convierte directamente en un hombre como yo, es la respuesta.
Es ciertamente una paradoja que Dios, el inmenso, haya entrado en el mundo finito como una persona humana. Pero es precisamente la respuesta de la que tenemos necesidad: una respuesta infinita que, sin embargo, se hace aceptable y accesible, para mí, «acabando» en una persona humana que, con todo, es el infinito. Es la respuesta de la cual se tiene necesidad: casi se debería inventar si no existiera...
Existe una novedad en su libro a propósito del tema del relativismo. Usted sostiene que en la práctica política, el relativismo es bienvenido porque nos vacuna, digamos, de la tentación utópica. ¿Es el juicio que la Iglesia siempre ha ofrecido sobre la política?
Diría que sí. Es esta una de las novedades esenciales del cristianismo para la historia. Porque hasta Cristo, la identificación de religión y Estado, divinidad y Estado, era casi necesaria para dar una estabilidad al Estado. Después el Islam vuelve a esta identificación entre mundo político y religioso, con el pensamiento de que sólo con el poder político se puede también moralizar la humanidad.
En realidad, desde Cristo mismo encontramos inmediatamente la postura contraria: Dios no es de este mundo, no tiene legiones, así lo dice Cristo; Stalin dice que no tiene divisiones. No tiene un poder mundano, atrae a la humanidad hacia sí no con un poder externo, político, militar, sino sólo con el poder de la verdad que convence, del amor que atrae. Él dice: «Atraeré a todos hacia mí». Pero lo dice justamente desde la cruz. Y así crea esta distinción entre emperador y Dios, entre el mundo del emperador al cual conviene lealtad, pero una lealtad crítica, y el mundo de Dios, que es absoluto. Mientras que no es absoluto el Estado.
Por lo tanto, no existe poder o política o ideología que pueda reivindicar para sí lo absoluto, lo definitivo, la perfección...
Esto es muy importante. Por ello he sido contrario a la teología de la liberación, que de nuevo ha transformado el Evangelio en receta política con la absolutización de una postura para la cual sólo ésta sería la receta para liberar y dar progreso...
En realidad, el mundo político es el mundo de nuestra razón práctica donde, con los medios de nuestra razón, debemos encontrar los caminos. Hay que dejar precisamente a la razón humana hallar los medios más adecuados y no absolutizar el Estado. Los Padres han orado por el Estado reconociendo en él la necesidad, su valor, pero no han adorado el Estado: me parece justamente ésta la distinción decisiva.
Pero este es un extraordinario punto de encuentro entre pensamiento cristiano y cultura liberal-democrática.
Pienso que la visión liberal-democrática no habría podido nacer sin este acontecimiento cristiano que ha dividido los dos mundos, creando así también una nueva libertad. El Estado es importante, se deben obedecer las leyes, pero no es el poder último. La distinción entre el Estado y la realidad divina crea el espacio de una libertad en la que una persona puede también oponerse al Estado. Los mártires son un testimonio para esta limitación del poder absoluto del Estado. Así ha nacido una historia de libertad. Si bien después el pensamiento liberal-democrático ha tomado sus caminos, el origen es precisamente este.
Los sistemas comunistas europeos se han derrumbado. Pero usted, en su libro, no excluye que el pensamiento marxista pueda en cualquier caso volver a presentarse en otras formas en los próximos tiempos.
Es una hipótesis mía, pero me parece que comienza ya a verificarse, porque el puro relativismo que no conoce valores éticos fundamentales y por lo tanto no conoce realmente tampoco un porqué de la vida humana, incluso de la vida política, no es suficiente. Por ello, para un no creyente que no reconoce la trascendencia, persiste este gran deseo de encontrar algo absoluto y un sentido moral de su actuación.
Las agitaciones «no-global» de estos años, ¿son de nuevo una trasposición de la sed de absoluto en un objetivo político?
Diría que sí. Existe siempre esta sed, porque el hombre tiene necesidad de lo absoluto, y si no lo encuentra en Dios lo crea en la historia.
Siguiendo con el tema del relativismo, ¿todos los usos y costumbres y las civilizaciones deben ser siempre respetadas a priori o bien existe un canon mínimo de derechos y deberes que debe valer para todos?
Esta es la otra cara de la moneda. Primero hemos constatado que la política es el mundo de lo opinable, de lo perfectible, donde se deben buscar con las fuerzas de la razón los caminos mejores, sin absolutizar un partido o una receta. Sin embargo, existe también un campo ético, la política, por ello no puede al final conllevar un relativismo total donde, por ejemplo, matar y crear paz tengan la misma legitimidad. En diversos documentos de nuestra Congregación hemos subrayado este hecho, aún reconociendo totalmente la autonomía política.
Así que no todo está permitido...
Hemos dicho siempre que ni siquiera la mayoría es la última instancia, la legitimación absoluta de todo, en cuanto que la dictadura de la mayoría sería igualmente peligrosa como las demás dictaduras. Porque podría un día decidir, por ejemplo, que hay una «raza» que hay que excluir para el progreso de la historia, aberración lamentablemente ya vista. Por lo tanto, existen límites también al relativismo político. El límite está trazado por algunos valores éticos fundamentales que son precisamente la condición de este pluralismo. Y son por lo tanto obligatorios también para las mayorías.
¿Algún ejemplo?
Sustancialmente el Decálogo ofrece en síntesis estas grandes constantes.
Volviendo a otro aspecto del «relativismo cultural», también entre los católicos hay quien considera la misión casi una violencia psicológica frente a pueblos que tienen otra civilización.
Si uno piensa que el Cristianismo es sólo su propio mundo tradicional, evidentemente percibe así la misión. Pero se ve que no ha entendido la grandeza de esta perla, como dice el Señor, que se le da en la fe. Naturalmente, si fueran sólo tradiciones nuestras, no se podrían llevar a los demás. Si en cambio hemos descubierto, como dice San Juan, el Amor, si hemos descubierto el rostro de Dios, tenemos el deber de contarlo a los demás. No puedo mantener sólo para mí una cosa grande, un amor grande, debo comunicar la Verdad. Naturalmente en el pleno respeto de su libertad, porque la verdad no se impone con otros medios más que con la propia evidencia, y sólo ofreciendo este descubrimiento a los demás –mostrando lo que hemos encontrado, el don que tenemos en la mano, que está destinado a todos— podemos anunciar bien el Cristianismo, sabiendo que supone el altísimo respeto de la libertad del otro, porque una conversión que no estuviera basada en la convicción interior --«he encontrado lo que deseaba»-- no sería una verdadera conversión.
Recientemente ha salido a la luz en la prensa un fenómeno doloroso: la conversión de muchos inmigrantes que proceden del Islam y que –además de hallarse en peligro— se encuentran solos, no acompañados por la comunidad cristiana.
Sí, lo he leído y me duele mucho. Es siempre el mismo síntoma, el drama de nuestra conciencia cristiana que está herida, que es insegura de sí. Naturalmente debemos respetar los Estados islámicos, su religión, pero sin embargo pedir también la libertad de conciencia de cuantos quieren hacerse cristianos, y con valor debemos asistir a estas personas, precisamente si estamos convencidos de que han encontrado algo que es la respuesta verdadera. No debemos dejarles solos. Se debe hacer todo lo posible para que puedan, en libertad y con paz, vivir cuanto han hallado en la religión cristiana.
2 Comentarios:
Se me ocurre una reflexión a propósito de los grandes enigmas de la Humanidad:
¿De dónde venimos?¿Qué somos?¿A dónde vamos?
Quizás no encontramos las respuestas porque intentamos buscarlas con los procedimientos incorrectos. La primera y la segunda, quizás sean las ciencias quienes puedan buscar las respuestas, En la segunda, no bastan todas las ciencias, se necesita también la filosofía.
Para la última, no es posible encontrar solución si negamos la religión, el pensamiento y el sentimiento inmanente al espíritu. Lo que nos trasciende de seres en el mundo irreal de la materia.
No se trata de tí.
El proposito de tu vida excede en mucho a tus propios logros, a tu tranquilidad o uncluso a tu felicidad. Es mucho más grande que tu familia, tu carrera o aun tus sueños y ahnelos más vehementes. Si deseas saber porqué te pusieron en este planeta, debes empezar con Dios. Nciste por SU voluntad y PARA su proposito
las búsqueda delpropósito de vivir ha intrigado a la gente por miles de años. Esto cocurre porque solemos empezar por el punto de partina equivocado: nosotros mismos
porfavor visita!!!!
http://pls.gospelcom.net/spanish/puente.html
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