Fraga
Un pacto en la defensa
Darío VALCÁRCEL
No es un mal final el de Fraga, peleador de 82 años, viejo, sí, pero más joven que muchos de 40. Ganador por amplio margen de su última contienda electoral. Comprometido desde hace 35 años con la democracia. Democracia interpretada desde la derecha conservadora, pero democracia verdadera: la que defiende la separación de poderes, los derechos del hombre, el estado no confesional y la posibilidad de que el voto popular expulse al gobierno de turno. Esa es la columna vertebral, lo demás es accesorio. En los años 60 Fraga era para nosotros, universitarios, un ministro de Franco, lo cual era demasiado simple. Fraga defendía con buena visión un cambio desde dentro al que se llamara a todos los de fuera. Mantuvo contra viento y marea la necesidad de reformas democráticas. En el parque jurásico de Franco, a medida que el general iba desinteresándose de su empleo, empezaron a reaparecer animales prehistóricos, extintos -creíamos- hacía millones de años. Hubo muy pocos, pero algunos, políticos capaces, honrados, que colaboraron con Franco: Larraz, Gamero, Castiella, Barrera, Ullastres... Todos terminaron distanciados. Franco era mediocre para los asuntos del mundo; perspicaz (y cruel) en todo lo que rozara su poder personal. Intentó ser templado desde 1966. Pero la fase final fue sórdida, con Arias Navarro al frente.
Para quienes vivíamos instalados cómodamente en la oposición verbal (apenas algo de TOP mientras la tortura y la cárcel caían sobre amigos comunistas o nacionalistas), Fraga era una referencia de valor y de dignidad. Cuando en 1973 hicimos la primera lista de 300 accionistas de «El País», un periódico independiente, contra el franquismo supérstite, Fraga desembolsó unas primeras acciones y aportó 50 amigos, con un porcentaje respetable del capital. Aparte de sus lecturas, era un hombre de notable ironía pirenaica, conocedor del valor de la vida humana, con un sentido del humor que desconcertaba al caquéctico general y a sus aduladores. Fraga aparece al cabo de tres décadas con sus cualidades y defectos. Grandes defectos, grandes cualidades. Otros tienen sólo defectos, pequeño formato, Fraga siempre extra large. Convirtió a la derecha en partido europeo, capaz de aceptar el modelo básico de democracia occidental con todas sus consecuencias. Su aportación y las de Carrillo, González, Pujol, Areilza, Ajuriaguerra, Suárez (sin olvidar Borbón, Juan Carlos I y Don Juan) son invaluables.
Aunque no lo parezca, estas líneas se escriben a propósito de leyes decisivas. Recordamos el error de los populares en el referéndum OTAN, 1986. ¿Qué habría ocurrido si dos décadas después Rodríguez Zapatero no hubiera recibido el apoyo real del PP en trances graves para el interés nacional? En el referéndum europeo de febrero, Rajoy hubiera podido encontrar una salida ambigua y Zapatero estaría hoy tan tocado como Chirac.
Algo habría que plantear hoy ante la ley de la Defensa, en tramitación parlamentaria. Quizá se pueda pedir al PP y al PSOE un ejercicio de responsabilidad, de valor político. Si el PSOE no pactara con el PP, la ley de la Defensa quedaría en manos de hombres de enorme talento político, figuras de la talla de Solón o de Pericles, por ejemplo Carod-Rovira. Algunos millones de españoles, discúlpennos, sabemos que esta es una responsabilidad del PSOE. Pero una vez reconocido así, quizá fuera oportuno cooperar en vez de torpedear. Una parte del PP podrá caer en la tentación de lavar y curar sus heridas de Irak (donde, por cierto, las cosas van mal). Los responsables del gobierno de entonces están muy presentes en el partido. Pero eso puede no ser obstáculo para que se haga una buena ley. De otro modo se hará con la colaboración de Izquierda Unida y Esquerra Republicana. No suele ser saludable ejercitar la memoria reivindicativa. En 1986, referéndum OTAN, muchos erramos. Pero el error de los populares hubo de pagarse al contado, por el PP y por Fraga mismo, de su personal capital político. Una experiencia que conviene recordar.
Para quienes vivíamos instalados cómodamente en la oposición verbal (apenas algo de TOP mientras la tortura y la cárcel caían sobre amigos comunistas o nacionalistas), Fraga era una referencia de valor y de dignidad. Cuando en 1973 hicimos la primera lista de 300 accionistas de «El País», un periódico independiente, contra el franquismo supérstite, Fraga desembolsó unas primeras acciones y aportó 50 amigos, con un porcentaje respetable del capital. Aparte de sus lecturas, era un hombre de notable ironía pirenaica, conocedor del valor de la vida humana, con un sentido del humor que desconcertaba al caquéctico general y a sus aduladores. Fraga aparece al cabo de tres décadas con sus cualidades y defectos. Grandes defectos, grandes cualidades. Otros tienen sólo defectos, pequeño formato, Fraga siempre extra large. Convirtió a la derecha en partido europeo, capaz de aceptar el modelo básico de democracia occidental con todas sus consecuencias. Su aportación y las de Carrillo, González, Pujol, Areilza, Ajuriaguerra, Suárez (sin olvidar Borbón, Juan Carlos I y Don Juan) son invaluables.
Aunque no lo parezca, estas líneas se escriben a propósito de leyes decisivas. Recordamos el error de los populares en el referéndum OTAN, 1986. ¿Qué habría ocurrido si dos décadas después Rodríguez Zapatero no hubiera recibido el apoyo real del PP en trances graves para el interés nacional? En el referéndum europeo de febrero, Rajoy hubiera podido encontrar una salida ambigua y Zapatero estaría hoy tan tocado como Chirac.
Algo habría que plantear hoy ante la ley de la Defensa, en tramitación parlamentaria. Quizá se pueda pedir al PP y al PSOE un ejercicio de responsabilidad, de valor político. Si el PSOE no pactara con el PP, la ley de la Defensa quedaría en manos de hombres de enorme talento político, figuras de la talla de Solón o de Pericles, por ejemplo Carod-Rovira. Algunos millones de españoles, discúlpennos, sabemos que esta es una responsabilidad del PSOE. Pero una vez reconocido así, quizá fuera oportuno cooperar en vez de torpedear. Una parte del PP podrá caer en la tentación de lavar y curar sus heridas de Irak (donde, por cierto, las cosas van mal). Los responsables del gobierno de entonces están muy presentes en el partido. Pero eso puede no ser obstáculo para que se haga una buena ley. De otro modo se hará con la colaboración de Izquierda Unida y Esquerra Republicana. No suele ser saludable ejercitar la memoria reivindicativa. En 1986, referéndum OTAN, muchos erramos. Pero el error de los populares hubo de pagarse al contado, por el PP y por Fraga mismo, de su personal capital político. Una experiencia que conviene recordar.
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