2005-10-28

España y su futuro. La Iglesia Católica

Cardenal-Arzobispo de Madrid, monseñor Antonio Mª Rouco Varela
27/10/2005 Club Siglo XXI



I. INTRODUCCIÓN

Hablar de España y su futuro implica por exigencia de la más pura lógica situarse en el plano de la reflexión histórica.

El futuro pensado como tiempo de la existencia humana dice relación necesaria con el presente y éste a su vez con el pasado. El futuro es una modulación del tiempo humano tanto para la persona individualmente vista, como para una comunidad de personas. Si, además, en la reflexión sobre el futuro de España se incluye a la Iglesia Católica la necesidad de la perspectiva histórica se hace acuciante.

La pregunta por el futuro de España presupone la realidad histórica de España, su consistencia actual y su capacidad y posibilidades de su desarrollo futuro sin renunciar a su identidad y mucho menos a su existencia histórica. Si esa realidad que es España ha nacido y ha cuajado históricamente en tan estrecha e íntima relación con la historia de la Iglesia Católica hasta el punto que Julián Marías ha podido afirmar que “España se constituye animada por un proyecto histórico que es su identificación con el cristianismo, lo cual envolvía la afirmación de su condición europea y occidental” , es imposible prescindir de la Iglesia Católica para cualquier análisis de su realidad actual y mucho más de su horizonte futuro.

Se nos impone, pues, primero, una evocación histórica del pasado de España en el contexto de su relación con la Iglesia Católica, con una ponderación del momento presente de esa relación; para adentrarse, segundo, en una valoración de lo que puede y debe significar la aportación de la Iglesia Católica a ese futuro.


II. LA REALIDAD HISTÓRICA DE ESPAÑA.

1. Su persistente actualidad

Es indudable que nos encontramos ante una cuestión –o un tema– que sobrepasa el plano del interés socio-político y de lo cultural (aunque naturalmente lo incluya) para incidir en el planteamiento de las preguntas que afectan a lo más hondo de la existencia y del destino de los españoles.

Quizás no sea ocioso comenzar por la afirmación de que España es una realidad histórica dentro del conjunto de los países y naciones del mundo con una mayor antigüedad y densidad de contenidos vividos en común por sus miembros: los individuos y las comunidades humanas que la integran.

Ramón Menéndez Pidal ve ya a España constituida en “la Hispania Romana”: “dentro de la organización administrativa romana, España, aunque dividida en varias provincias, fue siempre considerada como una entidad superior que daba unidad a la división provincial. Y bajo el esplendor del Imperio, cuando por vez primera podemos conocer un pleno desarrollo cultural de España, observamos que entonces forma un conjunto semejante en su distribución de fuerzas y valores al que ofrece la España moderna en otro momento imperial, en el tiempo de su más tensa unificación durante los siglos de oro de su literatura” .

Julián Marías calificaría a la “Hispania Romana” de “unidad previa a la constitución de España en el sentido que esta palabra tiene para nosotros, pero que no por ello carece de realidad: lo que podríamos llamar el dónde de España”. Será el espacio donde llegará a haber una nación; “es la primera versión de España todavía no propiamente española”, ...aunque formando una sociedad que podemos llamar hispánica .

Sea cual sea la forma como se quiera caracterizar la realidad cultural, social, política y jurídica de “la Hispania Romana”, lo cierto es que con ella comienza un proceso de unidad, nunca interrumpido hasta hoy. Incluso las pruebas más duras a las que se vio sometida muy pronto en los años de la caída del Imperio Romano con la invasión de los pueblos del Norte y luego tres siglos más tarde con la ocupación musulmana, no sólo no lograron interrumpir o cambiar de trayectoria el proceso iniciado, sino que incluso lo reforzaron.

La España visigoda, primero, y la España de los ocho siglos de la Reconquista, después, fue perfilándose cada vez más como un proyecto compartido y vivido en común por los pueblos de la Península. La conciencia de la “España perdida” y de la necesidad de recuperarla constituyó la fuerza y el hilo conductor de ese increíblemente largo periodo de tiempo que fue recorriendo lo que se llamó pronto la España Cristiana, desde el núcleo inicial de las montañas de Asturias hasta la unión de los Reinos de Castilla y Aragón en 1474 en la persona de sus Reyes, Doña Isabel y Don Fernando. La perseverancia en el mantenimiento del objetivo último y la voluntad política de conseguirlo no conoce parangón alguno en la historia comparada de Europa y del mundo mediterráneo de aquel tiempo. No se dio ni un solo caso en las provincias y territorios del Imperio Romano invadidos por el Islam que no sucumbieran primero militarmente y luego social, cultural y políticamente a su poder, salvo España.

“La España gótica”, en brillante caracterización de Ramón Menéndez Pidal, se mantuvo como un ideal siempre añorado: “... la destrucción del reino godo, seguida de tan prolongada disgregación, no consiguió borrar de los espíritus el concepto unitario; lo oscurecieron, lo relegaron en la vida política, pero no en la esfera de las ideas y de las aspiraciones. Porque los reinos medievales no vinieron a romper la unidad gótica de un modo arbitrario, sino a remediar la ruina de esa unidad”. El pequeño Reino de Asturias “no se contenta con menos sino con negar que el Islam pueda quedar instalado a perpetuidad en España”. Todos los Reinos medievales surgidos después reconocerán “su unidad de empresa hispánica en la reconquista total” .

La unidad de los Reyes Católicos, inicialmente una unidad de “la Corona”, se irá convirtiendo rápida y progresivamente en una unidad cultural, religiosa, jurídica y administrativa según el modelo de Estado que se va abriendo paso en las ideas políticas del Renacimiento. La España de Fernando e Isabel se coloca a la cabeza de la evolución política de Europa en la formación de lo que se conocerá como el primer Estado Nacional. Julián Marías advertirá que entonces “nace una manera de sentirse, una nueva sociedad, un nuevo sentido del ‘nosotros’. Ya no es ‘nosotros los castellanos’, ni ‘nosotros los aragoneses’ (menos aún ‘nosotros los castellanos viejos’ o ‘nosotros los andaluces’ o ‘nosotros los catalanes’); va a ser ‘nosotros los españoles’, en un nosotros que los engloba a todos”: “la España perdida, que ha vuelto a reunirse y a encontrarse a sí misma” . Proyectados simultáneamente hacia la tarea inmensa de incorporación de la América recién descubierta y hacia Europa y el Mediterráneo, sometidos a la amenaza turca -la nueva y temible forma del poder musulmán- y a los peligros de la disgregación interior y exterior, nacidos de la ruptura protestante, la España moderna consolidará y desarrollará su unidad humana y social en todos los órdenes de la vida. La España de los siglos XVI y XVII –y, aunque, en menor medida, también la del XVIII- aparece y actúa en el “viejo” y “el nuevo mundo”, en todos los teatros políticos y militares de la geografía del mundo, como la protagonista decisiva de la política universal. España pasa de ser la Nación, una Nación de Europa, a ser “una Supernación transeuropea” . La España, que inaugura por primera vez en la historia la forma mundial de hacer política –“WELTPOLITIK”-, lo hará desde la perspectiva de los ideales medievales de la España Cristiana que la empujaron incesantemente a la unidad.

La realidad histórica de España seguirá manteniendo su unidad substancialmente en los últimos siglos de su historia contemporánea. Ni “la leyenda negra” que intentó, no sin éxito publicístico, desprestigiarla en Europa y dentro de España misma, a partir sobre todo de la Ilustración francesa; ni la pérdida de América, consumada en 1898; ni el surgir de “las dos Españas” en la experiencia colectiva de los españoles después de la Guerra de la Independencia, a lo largo de los dos últimos siglos; ni incluso su expresión más agudizada y dramática de la Guerra Civil de 1936-1939, ponen verdaderamente en cuestión la conciencia y la vivencia afectiva y efectiva de su valor permanente para el destino de los españoles, sea cual sea su ideología o visión personal de la vida y de la historia.

La realidad histórica de España que fue “durante tres siglos... de otro orden de magnitud que las demás naciones europeas” sigue siendo hoy sentida y apreciada como propia e irrenunciable por la casi totalidad de los españoles y reconocida en su singularidad por la opinión pública de todo el mundo. En la Constitución Española de 1978 ha encontrado una reconocida formulación jurídica, fruto y cauce a la vez de la aproximación intelectual y de la reconciliación existencial de “las dos Españas”. La realidad histórica de España, su razón de ser, su dinamismo interior y exterior en la configuración de una sociedad y de una cultura digna de la persona humana, volvieron a abrirse camino hacia el futuro.




2. La Iglesia Católica en la configuración histórica de España

La implantación de la Iglesia en la Hispania Romana fue temprana. Lo indican así venerables tradiciones como “la jacobea” que se remonta a la primera mitad del primer milenio del cristianismo o “la paulina” que se enraíza en textos del propio San Pablo. Pero, sobre todo, lo evidencia el grado de organización territorial que la vertebra a finales del siglo III de nuestra era y la viva riqueza doctrinal, espiritual y moral de la que dan muestras sus fieles y pastores ante el reto de las persecuciones por parte de las autoridades del Imperio Romano y ante las exigencias de la evangelización de pueblos orgullosos de sus propias tradiciones religiosas y reacios a la presencia militar y político-jurídica de Roma a la que habían combatido con insólita e indomable fiereza.

El Concilio de Iliberis o Elvira, celebrado entre 298 y 310, y sus numerosos cánones reflejan una Iglesia “con conciencia firme de su misión”, en estrecho contacto con las religiones ibéricas y con la oficial romana. Corrigen defectos y refuerzan virtudes . Es una Iglesia estrechamente unida a Roma y con una intensa relación con la Iglesia del Norte de África, que después del Edicto de Milán del 313 contribuye con creciente protagonismo de sus Obispos y miembros más insignes a la propagación del cristianismo dentro y fuera de las fronteras de la sociedad romana. Osio de Córdoba, al lado del Emperador Constantino en la nueva etapa de la libertad religiosa en el Imperio Romano, y el Papa San Dámaso, promoviendo la traducción latina de la Sagrada Escritura, “la Vulgata”, son dos figuras simbólicas de esa Iglesia fuerte y vigorosamente enraizada en el tejido humano y religioso de una “Hispania” copartícipe activa y fecunda de la vida de toda la Iglesia en Occidente y Oriente y factor decisivo de un proceso de cambio interior de la sociedad romana que terminará por transformarla radicalmente. La Iglesia “cristianiza” firme y progresivamente la vida, las costumbres, el derecho y la cultura de una nueva realidad social y política que une, anima y estructura desde dentro de sí misma a la sociedad hispano-romana y que la va a hacer capaz de asimilar e integrar en sus modelos y esquemas de convivencia y de existencia en común nada menos que el fenómeno de la invasión de “pueblos bárbaros”; y, además, con resultados de unidad política únicos.

Un nuevo marco político-jurídico, el Reino Visigodo, unirá y abrazará durante más de dos siglos los pueblos autóctonos de la península, la población hispano-romana -la más numerosa- y la minoría invasora y dirigente, y lo hará en torno a instituciones, leyes y usos inspirados y apoyados en la experiencia y la presencia de una Iglesia doctrinal, teológica y pastoralmente vigorosa y creativa. Los Concilios de Toledo y los Padres Hispanos de la Iglesia Visigoda, encabezadas por San Isidoro de Sevilla, son los mejores testigos de esa etapa de la Historia de la España unida que se “perderá” y se “recuperará” en la gran epopeya de la Reconquista.

“Al considerar la historia española desde el siglo VIII hallamos la posibilidad ?más aún la probabilidad, la casi necesidad? de que España hubiese sido un país musulmán como tantos otros, un eslabón de la gran cadena islámica” . Pero no quiso serlo. Lo que parecía y era una minoría, la parte menor y con menos recursos en la península, eligió el camino y la opción de sus antepasados, mantenida viva por la Iglesia que, por otra parte, no desaparece nunca de la España dominada por el Islam, es decir, la opción cristiana ¡el camino de la recuperación de la España cristiana! En ella no faltarán ni los mártires, ni los santos. Impulsados por ese ideal van formándose desde dentro del alma popular y de la nueva sociedad que va brotando y madurando en esos territorios conquistados, los Reinos Cristianos, en un proceso ininterrumpido de incorporación convergente hacia la unidad política que se consumará el año 1492 con la conquista de Granada por los Reyes Católicos.

Lo que significó en este itinerario histórico de la configuración de España en la Edad Media la fe cristiana común, profesada en una Iglesia que se comunicaba y organizaba en una intensa unidad de aspiraciones pastorales, centradas en la renovación de la herencia doctrinal y evangelizadora del período visigótico, y con una creciente participación en las profundas reformas promovidas y guiadas por los Papas de la Reforma Gregoriana, lo pone de manifiesto el hecho jacobeo: el culto, la peregrinación y el Camino de Santiago que alcanza en la segunda fase de la Reconquista su período de máximo esplendor. “Santiago” alienta en los momentos más críticos de la recuperación definitiva de la España perdida; la mantiene vivamente unida a Europa, a la Cristiandad; la enseña a comprender y a respetar al otro que peregrina a su lado, buscando la meta final de la existencia. En aquella España convivían “cristianos, moros y judíos” en contextos distintos y con resultados en ocasiones brillantes -recuérdese la Escuela de Traductores de Toledo, por ejemplo-; aunque se trataba de una España cristiana, alimentada por la fe y la propuesta cristiana de la vida. Con su proverbial clarividencia, Julián Marías afirmará que “el proyecto histórico de España fue durante toda la Edad Media su condición cristiana” .

Y así continuará siéndolo en los dos siglos de su historia moderna, conocidos como “los siglos de Oro”, el XVI y el XVII, incluso con una fuerza modeladora del nuevo Estado y de la nueva sociedad que alumbra, que no conoce igual en la Europa contemporánea del Renacimiento. El valor de la salvación de las almas de los súbditos que le han sido confiados se convierte para los Reyes Católicos, especialmente para la Reina Isabel, en la razón final de su política interior y exterior. Y, luego, con grados de intensidad y autenticidad variados, sucede lo mismo con todos los Reyes de la Casa de Austria, especialmente con Felipe II. Reinhold Schneider, el escritor alemán que tan genialmente interpretó su figura histórica a la luz sobre todo de “El Escorial”, dirá que lo que más le angustiaba al rey era que pudiesen perderse las almas por su culpa: “Este es el miedo inexpresable que le tortura: que las almas se puedan perder; que el pueblo que él debe conducir hacia el Señor, se aparte del camino” .

La fe católica inspirará unos principios antropológicos, éticos y jurídicos de una política que abre auténticos caminos para la valoración incondicional de la dignidad personal de todo hombre por su igual vocación de hijo de Dios, sea cual sea su raza, condición social y religión; y que asientan firme e irreversiblemente las bases doctrinales para una concepción del orden jurídico y del ejercicio de la autoridad, que se saben sometidos a las exigencias de un derecho superior y universal, “el derecho de gentes”, llamado a garantizar la realización de la justicia y la paz dentro del Estado y en el nuevo escenario mundial de las relaciones internacionales. Los Reyes no se consideraron nunca “lege naturali aut divino-positiva solutos” -no obligados por la ley natural o la ley positiva divina-. Es decir, no se consideraban Monarcas absolutos en el sentido “maquiavélico” de la expresión. Incluso se sometían, al encontrarse con los imperativos de la ley humana positiva, a la consulta de sus Consejos que cubrían con una bien trabada red organizativa los distintos campos territoriales y sectoriales de la gobernación de sus Reinos . La visión cristiana renovada del hombre y del mundo, fruto de la renovación profunda de la Iglesia en la España del Renacimiento y del Barroco, modela y alienta un estilo de vida y, consiguientemente, de sociedad, eminentemente espiritual, abierto a la entrega generosa de uno mismo y a la misión. La Evangelización de América, la Escuela de Salamanca, la Mística de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, la obra educativa de San Ignacio de Loyola, etc., han quedado como símbolos representativos de una época de la Historia de la Iglesia en España de trascendencia y valor universales.

La realidad histórica cristiana de España desde entonces hasta hoy mismo aparece marcada de forma inconfundible por el signo de “lo católico”. El tiempo de la decadencia, las diferencias de juicio entre los españoles respecto a sus causas, la teoría de las dos Españas, que prende en la conciencia de sectores importantes e influyentes de la sociedad española con incidencia popular creciente a partir del siglo XVIII, no sin encontrar fundamento en “errores históricos” ¡“los errores de España”! "la expulsión de los judíos y moriscos, la Inquisición, el repliegue universitario e intelectual..." , por no calificarlos de “pecados” de los cristianos españoles -sin excluir, ni mucho menos, a los hombres de Iglesia-, no impiden que la luz de la fe católica, la forma cristiana de la existencia y la presencia de la Iglesia católica continúen siendo esenciales en la configuración histórica de la realidad de España durante los siglos XIX y XX, siglos de divisiones dolorosas, de persecuciones y guerras fratricidas de todos conocidas, y que culminaron en la trágica experiencia de 1936-1939.

Es curioso al respecto constatar cómo todos los numerosos textos constitucionales españoles presentados en ese período histórico –aprobados o no-, desde la Constitución de Cádiz de 1812 hasta la vigente de 1978, excepto el proyecto de la Constitución federal de 1873 que no llegó a tener vigencia, y la Constitución de 1931 de la Segunda República, reconocieron positivamente el valor singular de la Iglesia Católica en la ordenación del Estado y de la sociedad, incluso con la fórmula de Religión oficial. Y cómo, paralelamente, la regulación jurídica de las relaciones Iglesia Estado se encauzó siempre por la vía concordataria: donde el Concordato de 1763, pasando por el de 1851 -que ni siquiera los gobiernos de la II República llegaron a “denunciar” formalmente-, y el de 1953, hasta llegar a los Acuerdos de 1976 y 1978. De hecho y a pesar de los efectos devastadores de las medidas desamortizadoras del siglo XIX en lo material, lo cultural y lo pastoral, la Iglesia y los católicos españoles, en su inmensa mayoría, aportaron a su país en las condiciones más dramáticas de su pueblo, internas y externas, y en las de la sociedad contemporánea, luz sobre la verdad del hombre y vidas entregadas al servicio de los más pobres y necesitados: necesitados de respuesta religiosa, de educación integral, de atención sanitaria, de pan y de trabajo..., de condiciones mínimas para el bien de las familias; vidas dispuestas siempre a la reconciliación y la paz. Y lo hicieron con nueva y muchas veces heroica dedicación y generosidad, en la Patria y fuera de ella, especialmente en las zonas más pobres y hambrientas del planeta.


3. El presente: España y la Iglesia Católica

Conscientes de la instantaneidad fugaz del presente en el desgranarse del tiempo, podemos, sin embargo, concebirlo y caracterizarlo como el marco social, político y cultural vigente en la vida de un pueblo o de una gran comunidad humana hasta el punto de condicionar decisivamente –“nolens, volens”, quiérase o no- toda su existencia actual y su destino futuro: el de las familias y de las personas que la integran.

El presente actual de España puede enmarcarse con toda legitimidad histórica en el período de tiempo que da comienzo con la transición política de la década de los setenta y concluye con la aprobación de la Constitución de 1978 que la culmina; pero que, a la vez, abre un nuevo capítulo de su Historia no cerrado todavía.

Los objetivos y las aspiraciones básicas, que inspiraron y presidieron la conducta de la inmensa mayoría de la sociedad española en los años claves de la década de los setenta y ochenta, podrían resumirse en el deseo crecientemente sentido de una reconciliación de todos los españoles, superando para siempre el trauma de “las dos Españas” y las tentaciones de ruptura interna y de disgregación nacional a través de la instauración de un Estado democrático de derecho en la forma de Monarquía parlamentaria y vertebrado en Comunidades Autónomas. Un orden político-jurídico que facilitase, por tanto, la realización de una sociedad libre y solidaria, abierta y sensible a los valores humanos, espirituales y religiosos, insertos en su gran y compleja tradición histórica. Los resultados de esos esfuerzos y compromisos, compartidos con noble y leal generosidad por muchos, están a la vista y merecen la gratitud de las personas de buena voluntad, máxime cuando se han desarrollado bajo la amenaza permanente de un terrorismo implacable.

La Iglesia y los católicos en general contribuyeron con todo su empeño al logro de ese gran proyecto de reconciliación nacional en los momentos más críticos de su gestación y elaboración, y, luego, a lo largo de todo el camino social y político, recorrido hasta hoy. El Concilio Vaticano II había preparado providencialmente a la Iglesia para esta tarea a través, sobre todo, de la Declaración “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa y de la Constitución Pastoral “Gaudium et spes” sobre la Iglesia en el mundo actual. Los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 (con la anticipación del de 1976) y su desarrollo legal y administrativo ulterior situaron las relaciones Iglesia-Estado en el contexto del derecho a la libertad religiosa, entendido y aplicado sin reserva alguna como el cauce positivo no sólo para la profesión, la enseñanza y la práctica religiosa de la fe, sino también para la presencia de la Iglesia en todos aquellos puntos neurálgicos de la sociedad donde se requería servicio a la persona humana, a sus derechos más fundamentales y a la familia, a la vez que compromiso solidario y entregado con los más necesitados. Presencia planteada siempre en las coordenadas del diálogo democrático y respetuosa de la autonomía de los seglares católicos en el ejercicio de sus responsabilidades propias e intransferibles en la vida civil: personal, familiar, cultural y socio-política.

Naturalmente no faltaron ni faltan las sombras en la realización de ese nuevo y gran proyecto histórico puesto a andar en el último tercio del siglo XX y que nos abría, por otro lado, las puertas de la Unión Europea. No se aclaran suficientemente en la discusión política y en el comportamiento social lo que podríamos llamar ¿con la frase que presidió y constituyó el tema del diálogo entre Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger (el actual Papa Benedicto XVI) el 19 de enero del pasado año 2004 en la Academia Católica de Baviera en Munich? “los presupuestos pre-políticos, éticos, del Estado libre y democrático de derecho”; se debilita la comprensión de los contenidos políticos y sociales de la categoría central de solidaridad en la configuración de la unidad de España y de los españoles; se diluye la conciencia del valor insustituible del verdadero matrimonio y de la familia para el futuro de la persona y de la sociedad con unas consecuencias demográficas irreparables; la integración del fenómeno de la emigración, con sentido de la dignidad de la persona humana y con respeto al bien común, se hace crecientemente difícil...

¿Cómo afrontar el futuro de España en esta situación? ¿Cuál puede y debe de ser la aportación de la Iglesia Católica?


III. LA IGLESIA CATÓLICA EN EL FUTURO DE ESPAÑA.

Si no se olvida lo importante que es para la pervivencia y el desarrollo fructífero de una sociedad el superar una concepción puramente utilitarista del sentido y del valor de sí misma, la tarea y la responsabilidad de la Iglesia Católica en el futuro de España es evidente. Es bueno aquí, en este contexto, recordar ?aunque sólo sea por vía de mención? la diferencia entre “Gesellschaft” ¿sociedad? y “Gemeinschaft” ¿comunidad? elaborada por la filosofía social alemana en el siglo XIX y madurada en el primer tercio del siglo XX . Porque una sociedad que no se funda en una comunidad de ideales de vida y de valores morales fundamentales compartidos, de convicciones básicas sobre el sentido de la existencia y sobre sus expresiones espirituales y/o religiosas, difícilmente podrá conseguir que la cooperación solidaria y la conciencia de la responsabilidad ciudadana se despierten y se mantengan vivas al servicio del bien común. En el diálogo antes citado de Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger había coincidencia en afirmar la urgencia de establecer en la conciencia de la sociedad de la Europa postmoderna la convicción de la necesidad de valores humanos fundamentales comunes, previos a la constitución de la comunidad política y del Estado. El Cardenal Ratzinger denunciaría a este respecto tres meses más tarde, en la homilía memorable de la apertura del Cónclave que le llevaría a la Sede de Pedro, los intentos muy poderosos e incitantes de instalar en el mundo global de comienzos del Tercer Milenio “la dictadura del relativismo” bajo el pretexto de las exigencias culturales y políticas del principio de secularización de la vida pública .

El primer servicio que la Iglesia Católica debe prestar al pueblo y a la sociedad española hoy y de cara a su futuro, es el de ser activamente fiel a su misión de anunciar, celebrar y servir al Evangelio, privada y públicamente; es decir, el de ser ella misma en el contexto de un diálogo respetuoso y abierto con toda la sociedad y de un compromiso permanente con el principio de solidaridad entendido y aplicado con toda la hondura de las exigencias de la caridad cristiana. O lo que es lo mismo, el de ser “signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana”, como lo enseña y expresa con nueva y rica precisión filosófico-jurídica y teológica el Concilio Vaticano II . Ese Evangelio es el que ha transmitido y tratado de encarnar la Iglesia a lo largo de toda la Historia de España en medio de las debilidades y pecados frecuentes de sus hijos, pero también a través de la vida de sus incontables mártires y santos. Es la Noticia de Jesucristo, Redentor del hombre, la Buena Noticia de la esperanza. Evangelio que ha entusiasmado a generaciones enteras de españoles hasta el punto de convertirlos en sus misioneros más allá de las fronteras patrias: en el Nuevo Mundo descubierto por ellos mismos en un momento estelar de su historia, y en “todos los mundos” en los que se ha dividido el planeta en el tiempo presente. Entusiasmo que dura y pervive hoy intacto; contagioso para las nuevas generaciones.

De ese Evangelio brota un convencimiento íntimo sobre la verdad del ser humano en su relación con Dios, decisiva para que la sociedad pueda volver a comprender y afirmar los derechos fundamentales de la persona humana en toda su integridad, comenzando por el derecho a la vida desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, el de la libertad religiosa, el de formar una familia sobre el fundamento del verdadero matrimonio, y siguiendo por el derecho de los padres a elegir la educación moral y religiosa de sus hijos, hasta el derecho al trabajo y los otros derechos sociales, económicos y culturales, reconocidos por los Tratados Internacionales vigentes. Y decisiva, por supuesto, para que se pueda captar en toda su hondura el significado y contenido del bien común. Esa verdad sobre el hombre la concretaba Juan Pablo II en su obra póstuma, “Memoria e Identidad”, teniendo en cuenta la perspectiva filosofico-teológica de la Ilustración racionalista, del modo siguiente: “...el gran drama de la Historia de la Salvación desapareció de la mente ilustrada. El hombre se había quedado solo; solo como creador de su propia historia y de su propia civilización, solo como quien decide por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, como quien existiría y continuaría actuando ‘etsi Deus non daretur’, aunque Dios no existiera. Pero si el hombre por sí solo, sin Dios, puede decidir lo que es bueno y lo que es malo, también puede disponer que un determinado grupo de seres humanos sea aniquilado” . Y, de ese Evangelio, surgirá y se alimentará la aportación indispensable de la Iglesia para la edificación diaria de la sociedad en forma libre, justa y solidaria de acuerdo con su Doctrina Social. Es el Evangelio de la misericordia y del amor de Cristo que obliga a hacerse cargo con amor de todo hombre hermano, especialmente del más indigente de alma y de cuerpo.

La Iglesia ha de estar muy cerca de las nuevas pobrezas, frecuentemente nacidas como efecto de la crisis del matrimonio y de las familias; de las derivadas de una concepción y de una práctica económica que busca solamente y a toda costa la ganancia y el éxito propio; y de las que resultan de la relativización de todos los valores morales. Y no podrá olvidar en ningún momento el abrirse ella misma y a mover eficazmente la voluntad y comportamiento de sus hijos, a la acogida e integración digna de los emigrantes, hermanos nuestros, siendo conscientes de la implicación de este problema con la problemática de la familia y de su crisis en España. Y, finalmente, de ese Evangelio debe renacer la conciencia de la responsabilidad de la Iglesia respecto al mundo del pensamiento, de la ciencia, del arte y de la cultura en general, en un tiempo de relaciones intensas con la cultura, el pensamiento filosófico y la teología europeas, profundamente afectadas por el llamado “pensamiento débil”. Responsabilidad que compromete a sus instituciones académicas y a todos sus hijos. Del Evangelio ha de brotar una nueva luz e impulso para proponer la cultura de la Verdad y el valor insuperable de una hermenéutica que posibilite el diálogo interdisciplinar, el desarrollo de las ciencias y las propuestas estéticas en el mundo de la literatura y de las artes en el marco intelectual y ético de la búsqueda de la Verdad.

En una palabra, la Iglesia quiere estar presente en el futuro de la realidad histórica de la España contemporánea con la misma dedicación, el mismo amor y con la misma pasión por el Evangelio con que lo ha estado en los mejores momentos de su historia bimilenaria.

Y lo que no dejará de hacer nunca es orar por España, para que conserve viva la herencia de la fe y la herencia de la cultura florecida en el tronco de la tradición cristiana, y mantenga viva la unidad solidaria de todas sus gentes, con el espíritu con el que Juan Pablo II invitaba a todos los católicos italianos en el mensaje dirigido a la Conferencia Episcopal Italiana el 6 de enero de 1994 al proponerles “una gran oración” por Italia: por la guarda efectiva de su identidad cristiana y de su unidad y con el mismo espíritu con que nos instaba a los católicos españoles a ser testigos del Evangelio y fieles a las raíces católicas de nuestra historia común en España y en Europa en su inolvidable y última visita los días dos y tres de mayo del 2003. Él mismo llamó a España repetidas veces “Tierra de María”. A ella habremos de confiar “esa gran oración por España” que tanto se necesita en estos momentos tan cruciales de nuestra historia que estamos viviendo.

2005-10-27

Acallar voces no es democrático

No se trata sólo de libertad de expresión. No es sólo respeto a la opinión del otro. Es la esencia de la libertad, de la dignidad, de la persona humana.
Se amenaza, se hostiga, se acosa y se violenta a quien discrepa. Sin justicia ni respeto. Ningún gobernante tiene legitimidad para ello.
En una democracia respetable, personajes de la talla moral de Montilla o de Rubalcaba no tendrían legitimidad ninguna. Aquí se les aplaude y sus consignas son rápidamente puestas en ejecución. Pero claro, estamos gobernados por quienes invitan a sus actos a personajes como Tarik Ramadan.

¡Basta ya!

La expropiación cultural (y material) en tiempos del PSOE

Horacio Vázquez-Rial se hace eco, en el suplemento de Libertad Digital de un caso más de acoso a una institución religiosa católica, en nuestro país, en esta España en riesgo, en un rincón de Cataluña.

Reproduzco aquí el antecedente que motiva la columna de Horacio:

El 20 de octubre llegó a mi mail una información desoladora de Periodista Digital, que reproduzco textualmente:
El Ayuntamiento de Esplugues de Llobregat (Barcelona), gobernado por el PSC con mayoría absoluta y entre cuyos concejales se encuentra la actual Vicepresidenta del Congreso de los Diputados, Carme Chacón, continúa los trámites para expropiar de forma totalmente arbitraria el Monasterio de Santa María de Montsió y expulsar a la comunidad de religiosas dominicas que ahí vive”.
"La última notificación que recibieron al respecto está fechada el 6 de octubre, les llegó el 13 del mismo mes y se publicó en el boletín oficial el pasado día 27 de septiembre –prosigue la nota–. Por lo tanto, como indican las hermanas dominicas, las alegaciones terminan el 28 de octubre. Y no saben qué hacer. Pero piden ayuda y oraciones. El objetivo del Ayuntamiento es apropiarse de todo el monasterio (Iglesia, claustro gótico del s.XIV, dependencias y jardines), que es propiedad de la Comunidad de religiosas. Y, para tal fin, pretende modificar el Plan General Metropolitano actualmente vigente y recalificar los terrenos, pasándolos de zona verde privada de uso religioso a terrenos de titularidad pública con la zonificación de verde público y equipamiento. Esta modificación es totalmente contraria a Derecho e infringe el ordenamiento jurídico, además de ser poco coherente, irracional y antieconómica. Y los argumentos dados por el Ayuntamiento no tienen ninguna justificación. El Ayuntamiento afirma que con la expropiación se pretende preservar el conjunto patrimonial y garantizar la apertura del mismo a todos los ciudadanos. Pero esas razones son falsas y no se sostienen. El conjunto patrimonial ha sido preservado, desde su creación (s.XIV), precisamente por las distintas comunidades de religiosas que ahí han vivido a lo largo de los siglos. Gracias a ellas, solamente a ellas, el claustro ha llegado hasta nuestros días en perfecto estado. Y gracias también a ellas, cualquier persona puede visitar el claustro y los jardines cuando lo desee".

Todavía hay quien niega estas evidencias y confía en la bondad de este Gobierno del PSOE.

Aborto

Por su interés, aunque no cuento con el consentimiento expreso de Análisis Digital, reproduzco el siguiente documento:

Aborto: Breve Catecismo para los votantes católicos
- Stephen F. Torraco - 14/06/2003

www.e-cristians.net


1. ¿La conciencia no es lo mismo que mis propias opiniones y sentimientos? ¿Y cada uno no tiene el derecho a su propia conciencia?

La conciencia no es lo mismo que tus opiniones o sentimientos. La conciencia no puede ser idéntica a tus sentimientos porque la conciencia es la actividad de tu intelecto en la valoración de la bondad de tus acciones u omisiones pasadas, presentes o futuras, mientras que tus sentimientos vienen de otra parte de tu alma y deberían ser gobernados por tu intelecto y voluntad.

La conciencia no es idéntica a tus opiniones porque tu intelecto basa su juicio en la ley natural moral, que es inherente en su naturaleza humana y es idéntica a los Diez Mandamientos. A diferencia de los derechos civiles hechos por legisladores o las opiniones que sostienes, la ley natural moral no es nada que inventes, por el contrario es algo que descubres dentro de ti mismo y es la norma gobernante de tu conciencia. Sencillamente, la Conciencia es la voz que te indica la verdad dentro de ti, y tus opiniones tienen que estar en la armonía con aquella verdad.

Como católico, tienes la ventaja de haber recibido la enseñanza de la Iglesia o aprendido el Magisterio. El Magisterio te asiste a ti y a toda la gente de buena voluntad en el entendimiento de la ley natural moral cuando esta se relaciona con cuestiones específicas. Como católico, tienes la obligación de estar correctamente informado y formado por la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. En cuanto a tus sentimientos, tienen que estar educados por la virtud para estar en plena armonía con la voz de la conciencia. De este modo, tendrás una conciencia sana, según la cual te sentirás culpable cuando seas culpable, y te sentirás moralmente tranquilo cuando seas moralmente correcto. Nosotros deberíamos esforzarnos por evitar los dos extremos: una conciencia floja y una conciencia escrupulosa.

Cumpliendo con la obligación de asistir continuamente a esta formación de conciencia aumentará la probabilidad que en la actividad de conciencia actúes con una cierta conciencia, que claramente percibe que una acción concreta dada es una acción buena que fue hecha o debería ser hecha correctamente. Estar correctamente informado y seguro de lo que se hace es el objetivo de la formación continua de la conciencia. Dicho de otra forma, deberías esforzarte por evitar estar incorrectamente informado y titubeante o dubitativo en el juicio real de la conciencia sobre una acción particular o su omisión. Nunca deberías actuar sobre una conciencia dudosa.


2. ¿Moralmente está permitido votar a favor de todos los candidatos de un solo partido?

Esto dependería de las posiciones sostenidas por los candidatos de un partido. Si alguno o más de ellos sostienen posiciones opuestas a la ley natural moral, entonces no sería moralmente permitido de votar a favor de todos los candidatos de éste el partido. Tu conciencia correctamente informada supera los límites de cualquier partido político.


3. Si pienso que un candidato pro aborto hará mucho más para la cultura de la vida que un candidato contra el aborto, ¿por qué no puedo votar a favor del candidato pro aborto?

Si un candidato político apoyara el aborto, o cualquier otro mal moral, como el suicidio asistido y la eutanasia, en realidad, no estaría moralmente permitido que votases a favor de aquella persona porque, en la votación por tal persona, te harías un cómplice del mal moral en disputa.

Por esta razón, males morales como el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido son ejemplos de "cuestiones descalificadoras" de un candidato. Una cuestión descalificadora es aquella de tal gravedad e importancia que no tiene en cuenta ninguna maniobra política. Es una cuestión que golpea en el corazón de la persona humana y no puede ser negociada.

Una cuestión de descalificación es aquella de tal importancia que por sí misma considera como inaceptable a un candidato independientemente de su posición sobre otros asuntos. Debes sacrificar tus sentimientos sobre otras cuestiones porque sabes que no puedes participar de ningún modo en una aprobación de una violación de los derechos humanos básicos. Un candidato que apoya derechos de aborto o cualquier otro mal moral se ha descalificado como persona. No tienes que votar a favor de una persona que está en contra del aborto pero no puedes votar a aquellos que lo apoyan.

La clave para entender el tema de la "cuestión descalificadora" es la distinción entre el principio de política y moral. Por un lado, puede haber una variedad legítima de accesos al logro de un objetivo moralmente aceptable. Por ejemplo, en el esfuerzo de una sociedad para distribuir los bienes de asistencia médica a sus ciudadanos, puede haber desacuerdo legítimo entre ciudadanos y candidatos políticos sobre dos planes de asistencia médica que pretenden lograr de distintas maneras el objetivo de la sociedad de ser más eficaz.

En la búsqueda de la mejor política o estrategia, la técnica como distinta (aunque no separada) de la razón moral es posible. La razón técnica es la clase de razonamiento que intenta lograr el resultado más eficiente o eficaz. Por otro lado, ninguna política o estrategia que está opuesta a los principios morales de la ley natural es moralmente aceptable. Así, la razón técnica siempre debería estar subordinada a las normas de la razón moral, el razonamiento es la actividad de la conciencia que debe cumplir con la ley natural moral.


4. Si tengo una opinión muy consolidada en favor de un candidato en particular que es pro aborto, ¿por qué no puedo votar a favor de él?

Como hemos explicado en la cuestión primera, ni tus sentimientos ni tus opiniones son idénticas a su conciencia. Ni tus sentimientos ni tus opiniones pueden tomar el lugar de tu conciencia. Tus sentimientos y opiniones deberían estar gobernadas por tu conciencia. Si el candidato sobre quien tienes una opinión muy segura es el pro aborto, entonces tus sentimientos y opiniones deben ser corregidas por tu conciencia correctamente informada, que te diría que te equivocas al permitir que tus sentimientos y opiniones tengan un peso menor al hecho que tu candidato apoya un mal moral.


5. Si no puedo votar a favor de un candidato pro aborto, ¿entonces tampoco debería votar a favor de un candidato pro pena capital?

No es correcto pensar en el aborto y la pena capital como la misma clase de cuestión moral. Por un lado, el aborto directo es un mal intrínseco, y no puede ser justificado para ningún objetivo o en ninguna circunstancia.

Por otro lado, la Iglesia siempre ha enseñado el derecho y la responsabilidad de la autoridad legítima temporal para defender y conservar el bien común, y más expresamente defender a los ciudadanos contra el agresor. Esta defensa contra el agresor puede recurrir a la pena si ningún otro medio de defensa es suficiente. El punto aquí es que la pena es entendida como un acto de defensa propia por parte de la sociedad civil.

En ocasiones más recientes, en su encíclica Evangelium Vitae , el Papa Juan Pablo II ha enseñado que la necesidad de tal defensa propia para recurrir a la pena es "rara, si no prácticamente inexistente". Así, mientras el Papa dice que la carga de demostrar la necesidad de la pena en casos específicos debería descansar sobre los hombros de la autoridad legítima temporal, es igualmente verdadero que la autoridad legítima temporal solo tiene autoridad para determinar cuando existe un caso muy poco frecuente que permitiría aplicar la pena capital.

Además, si un caso tan poco frecuente realmente surge y requiere el recurso a la pena capital, este acto social de defensa propia sería una acción moralmente buena incluso si ésta realmente tuviese efecto malo, no planeado e inevitable para el agresor. Así, a diferencia del caso del aborto, sería moralmente irresponsable excluir todas esas posibilidades "raras" a priori, tal como sería moralmente irresponsable aplicar la pena capital indiscriminadamente.


6. Si pienso que un candidato pro aborto tiene ideas más favorables a los pobres que el candidato en contra del aborto, ¿por qué no debería votar a favor del primero?

Servir a los pobres no es solamente admirable sino obligatorio para los católicos como un ejercicio de solidaridad. La solidaridad tiene que ver con compartir bienes materiales y espirituales, y con lo que la Iglesia llama la opción preferencial por los pobres. Esta preferencia quiere decir que tenemos la obligación de dar prioridad en ayudar a los más necesitados tanto materialmente como espiritualmente. Empezando por la familia, la solidaridad debe extenderse a cada asociación humanitaria e incluso al orden moral internacional.

En base a la respuesta a la tercera pregunta, debemos hacer hincapié en dos cuestiones. Primero, cuando debemos determinar qué política social y económica puede servir mejor a los pobres, existe una gran variedad de opiniones y por tanto es legítimo que sobre el tema exista una discrepancia entre los distintos candidatos.

Segundo, la solidaridad nunca debe suponer aceptar una "cuestión descalificadora". Cuando estamos hablando de los concebidos pero no nacidos, el aborto es una ofensa gravísima contra la solidaridad a favor de éstos y seguramente a favor de los más necesitados de la propia sociedad.

El derecho a la vida es una cuestión irrenunciable porque el Papa Juan Pablo II dice que "el primer derecho es el derecho a la vida sobre el cual los demás derechos se basan y que no puede ser recuperado una vez se ha infringido". Si un candidato rechaza la solidaridad con los no nacidos, habrá cultivado las bases para no ser solidario con nadie más.


7. Si un candidato dice que él personalmente está en contra del aborto pero siente la necesidad de votar a favor dadas las circunstancias, ¿esta oposición personal del candidato contra el aborto me permite moralmente votar a favor de él, sobre todo si pienso que sus otras opiniones son lo mejor para la gente y sobre todo para los pobres?

Si un candidato que dice que él personalmente está en contra del aborto, pero en realidad vota a favor o se engaña o intenta engañar. Fuera del caso muy poco frecuente en el que obligan a un rehén contra su voluntad a realizar malas acciones con sus captores, una persona que realiza una mala acción, como votar a favor del aborto, realiza un acto inmoral y su declaración de oposición personal es un autoengaño o una mentira. Si votases a favor de tal candidato, serías un cómplice en el avance del mal moral de aborto. Y no sería legítimo votar a este candidato por el hecho de tener posiciones más favorables a los pobres, tal y como hemos señalado en las preguntas 3 y 6.


8. ¿Y si ninguno de los candidatos está completamente en contra del aborto?

El Papa Juan Pablo II explica en su encíclica Evangelium Vitae que, "…cuando no es posible derogar o invalidar una ley pro aborto, un político elegido que personalmente y de forma pública está en contra del aborto, lícitamente podría apoyar ofertas apuntadas a la limitación del daño hecho según tal ley y en la disminución de sus consecuencias negativas en el nivel de opinión general y la moralidad".
"Esto de hecho no representa una cooperación ilícita con una ley injusta sino más bien una tentativa legítima y apropiada de limitar sus malos aspectos".

Lógicamente, de estas palabras del Papa, se deduce que un votante puede votar a favor de aquel candidato que muy probablemente limitará los males de aborto o cualquier otro mal moral en disputa.


9. ¿Qué debo hacer cuando existe la siguiente situación: un candidato con posibilidades de ganar es antiaborto excepto en los casos de violación o incesto, otro candidato también bien situado es completamente pro aborto, y un candidato con poca probabilidad de ganar es completamente antiaborto? ¿Estoy obligado a votar al candidato con poca probabilidad ganar?

En tal caso, el votante católico claramente debe decidir votar a favor del candidato con poca probabilidad ganar. Pero el votante católico puede llegar a la conclusión de que votar por aquel candidato sólo beneficiará al candidato completamente pro aborto, y, para acortar el mal del aborto, puede decidir votar a favor del candidato principal que es el antiaborto pero no en todos los casos. Esta decisión estaría de acuerdo con las palabras del Papa citadas en cuestión octava.


10. Si todos los candidatos que tengo que escoger son pro aborto, ¿tengo que abstenerme de votar? ¿Qué hago?

Obviamente, uno de estos candidatos va a ganar la elección. Así, en este dilema, deberías hacer todo lo posible en juzgar qué candidato haría el menor daño moral. Sin embargo, como en la quinta pregunta, no deberías colocar a un candidato que es pro pena capital (y antiaborto) en la misma categoría moral que un candidato que es pro aborto. Contrapuesto a tal juego de candidatos, no habría ningún dilema moral, y la obligación moral sería votar a favor del candidato que es pro pena capital, no necesariamente porque él es pro pena capital, sino porque él es antiaborto.


11. ¿No es el apoyo de la Iglesia a que el aborto debe ser ilegal una excepción? ¿La Iglesia generalmente no sostiene que el gobierno restrinja su legislación de moralidad considerablemente?

La enseñanza de la Iglesia en el sentido de que el aborto debería ser ilegal no es una excepción. Según Santo Tomás de Aquino, "las leyes humanas no prohíben todos los vicios, de los que el virtuoso se abstiene, sino sólo los vicios más penosos, aquellos que causan daño de otros, sin cuya prohibición la sociedad humana no podía ser mantenida". El aborto se licencia como un vicio penoso que hace daño a otros, y la carencia de prohibición de este mal por la sociedad es algo por lo que la sociedad humana no puede ser mantenida. Como el Papa Juan Pablo II ha acentuado, la negación del derecho a la vida establece la base, en principio, para la negación de todos los otros derechos.


12. ¿Los candidatos de un partido cometen un pecado por el hecho de estar en un partido pro aborto? ¿Ellos son culpables por la asociación?

Estando en el mismo partido político que los que abogan por el pro aborto realizan un mal serio si pertenecen a este partido político para adherirse a la propugnación de aquel partido de política de pro aborto. Sin embargo, también puede ser verdadero que ser de tal partido político tiene como objetivo cambiar la política del partido. Desde luego, si el objetivo es eso, uno tendría que considerar si es razonable pensar que la política del partido político puede ser cambiada. Si es razonable pensar que es posible, entonces sería moralmente justificable permanecer en aquel partido político. Pero el permanecer en aquel partido político no debe contribuir, en ningún caso, al avance de la política de pro aborto.


13. En cuanto a la votación de una persona pro aborto para un cargo como el de tesorero estatal, en el caso de que el candidato no tuviese influencia sobre los asuntos de la vida y su posición sólo tuviese valor personal, ¿sería un pecado optar por él?

Si alguien optara por el cargo de tesorero estatal y aquel candidato hubiese declarado públicamente que estaba a favor de exterminar a la gente de más de 70 años, ¿usted votaría a favor de él? El hecho de que el candidato tenga un mal en su mente supone que fácilmente tendrá otros males; y el hecho de que él públicamente hubiese declarado esto es una señal de peligro. Un candidato que públicamente declara que está a favor del mal de exterminar a la gente de más de 70 años también se ha descalificado para recibir el voto de un católico. Tal candidato, en principio -y bajo la luz de la ley natural -, se descalifica en el ámbito de la política.


14. ¿Es un pecado mortal votar a favor de un candidato de pro aborto?

Excepto en el caso de que un votante vea que todos los candidatos son pro aborto (pregunta octava), un candidato pro aborto queda descalificado para recibir el voto de un católico. Quien es pro aborto simplemente no puede ocupar cargos en las áreas de Sanidad o Trabajo, por ejemplo; y esto es porque el aborto es intrínsecamente malo y moralmente no puede ser justificado por ninguna razón o circunstancia. Quien vota a favor de tal candidato con el conocimiento que el candidato es pro aborto se hace cómplice en el mal moral del aborto y el votante al conocer esto comete un pecado mortal.

Analisis Digital

La muerte sin dramatismo

Publica Análisis Digital, en su sección de Cartas al Director, la que escribe desde Valladolid Josefa Romo:

Noviembre. La muerte sin dramatismo
Josefa Romo - Valladolid

Noviembre lo iniciamos con el Día de Todos los Santos, seguido del de los Difuntos. La mayor parte de los santos son anónimos; pero hay cristianos con motivo para creer que en el inmenso coro que en el Cielo forman, hay algún miembro de su familia: le vieron laborioso entretejer su corona.

Los día días 1 y 2, visitamos los cementerios y percibimos, en el silencio del camposanto, un susurro de oraciones. Las tumbas aparecen con luces y con flores: prueban nuestro vivo recuerdo y nuestro amor callado y dolorido.

La muerte forma parte de la vida: cada día y cada minuto morimos al anterior, y así, muriendo, se dilata aquella hasta el último suspiro. Ha sido tema del Arte, de la música y de bellas páginas de Literatura. A Jorge Manrique, la muerte de su padre le arrancó su famosa elegía. Para Santa Teresa, se trataba de una amiga:
“Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer de morir,
no me vuelva a dar la vida”

Y seguía, desde las profundidades de la mística:
“¡Cuán triste es, Dios mío,
la vida sin Ti!
Ansiosa de verte,
deseo morir”.

Los que tenemos fe, sabemos que “la muerte no es el final del camino”, sino el puente para la otra orilla. La miramos con esperanza, porque es el inicio de un goce eterno. No provocada, no es algo dramático, sino tan natural como un nacimiento, aunque nos la hayan pintado tan fea. No obstante, la separación de la familia y amigos, aunque sea transitoria, cuesta. ¿Y los bienes...? Mejor dejarlos antes, para ir ligeros de equipaje.

La muerte nos llegará a todos, con simple guadaña o con un haz de flores; con nostalgia o amargura tras una vida sin previsión, o con paz y sosiego por haberla llenado de generosidad. A mí me gustaría recibirla con esta actitud:

"...consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera,
es locura."
Jorge Manrique

2005-10-26

Vivencias y reflexiones de una española en La Habana


Esta carta ha sido citada por Valerie en La Bitácora de Libertad Digital, por lo que agradezco su amabilidad y la oportunidad por permitirme su publicación aquí.
Por supuesto, cito la fuente que legitima su difusión: www.netforcuba.org
Sin embargo, antes de su publicación quise contar con el consentimiento de quien la puso en mi camino. Esta es la amable contestación de Valerie:

Aqui le envío la carta, tal y como me llegó a mi, a través del correo electrónico. Efectivamente, netforcuba.org autoriza la publicación de esta carta, siempre que se le cite como fuente. Por eso, yo me cuidé de no olvidar publicar la fuente cuando puse la carta en la Bitácora de LD.

Desde luego que estoy de acuerdo en que también la publique usted en su blog. Mientras más personas conozcan la realidad cubana, más esperanzas habrá de que esa realidad cambie redicalmente y para mejor y ese es uno de mis anhelos. Yo que sólo hace dos años y 9 meses que salí de Cuba, puedo decirle que en este artículo no hay nada exagerado o manipulado o
malinterpretado.

Hoy he dedicado algo de tiempo a visitar la web www.netforcuba.org y me he encontrado con muchísima información sobre Cuba. Quizás allí encuentre usted otros artículos que quiera publicar en su blog.

Saludos.

Valérie Mora.


Vivencias y reflexiones de una española en La Habana
Luz Modrono
.
06 de septiembre de 2005.
La autora es integrante del Grupo Internacional por la Responsabilidad Social en Cuba.


¿Cómo hacer llegar la amarga visión que de la realidad cubana se obtiene en cuanto se traspasa el umbral de los circuitos turísticos y la planificación gozosa de esa bella isla que, para el consumo placentero del turista, ha desarrollado un gobierno infame que humilla, prohíbe, persigue y ha llevado a su pueblo a la condición de meros supervivientes?

Por fin he llegado a Madrid, pero en mi retina, en mis oídos y en mi memoria persiste vivamente la realidad de un país enajenado, olvidado, justificada la barbarie y la pobreza, la humillación permanente en aras de no sé qué principios que nada tienen que ver con las legítimas aspiraciones de una sociedad libre. Sentir la mirada turbia por el miedo y la desconfianza de los cubanos, el ansía de escapar de una isla que ha sido lugar de origen y alumbramiento y que hoy es una cruel cárcel en la que irremisiblemente están atrapados, sin saber ciertamente el tiempo de condena que aún queda por cumplir, es una experiencia que Poe posiblemente no se atreviera a imaginar.

Los cubanos declaraban en mis entrevistas sentir que son "culpables de algo", que han hecho algo mal a lo largo de la historia, y que son castigados por fuerzas incontroladas, sienten que agonizan entre podredumbre y vejaciones. El pueblo en Cuba ha sido desposeído de sus señas identificativas para verse transformado en masa hostigada y con capacidad de supervivencia en la medida en que son obedientes y sumisos a las órdenes transmitidas desde el poder. Un poder autodenominado "revolucionario" y que lleva casi medio siglo entronizado.

Y contemplando indiferente, la agonía de su propio país. País en el que la apostasía se paga con largos años de presidio. La libertad de pensamiento, la independencia de criterios, la expresión crítica del análisis de la realidad son meras falacias contrarrevolucionarias que ponen en peligro la supuesta estabilidad del régimen. Estabilidad en la que -no me cabe duda alguna tras la observación y conversaciones mantenidas con los cubanos de toda índole y condición- no cree ni el propio Fidel. Porque Cuba es hoy una sociedad descompuesta, hambrienta, agonizante. Y de ello son prueba los actos de terror que sistemáticamente la Seguridad del Estado inflige a la población. Y que van desde los impedimentos legales para resolver cualquier trámite administrativo, a la amenaza, la exclusión social, el despido laboral... y que irán in crescendo en la medida en que los integrantes de la masa condicionada por el poder más vayan individualizándose hasta alcanzar los grados de paroxismo colectivo que son los actos de repudio, los avasallamientos y registros domiciliarios, las detenciones injustificadas, los interrogatorios en la tétrica Villa Marista, la suspensión de juicios, las palizas y las torturas, las condenas por delitos que no tienen visos de realidad, porque en Cuba el gobierno niega la prisión por delitos de conciencia.

El pillaje, la mentira, la extorsión, la prostitución... marcan la personalidad de las calles de La Habana. Y la población, en la que los valores morales y éticos ha sufrido una alteración lingüística, denomina a todo ello "estar en la lucha". Está en la lucha el que roba, el que tima, el o la que se prostituye para poder malalimentarse, el que trafica... Está en la lucha el que, en definitiva, se ha visto obligado por la fuerza del hambre y un sistema político decadente a sobrevivir. Es decir, "roban todos, todos lo hacen. Lo único es que hay que tener cuidado con que no te pillen, pues son cinco años de cárcel", declara uno de mis entrevistados, joven de 23 años hijo de médicos fundadores del PCC y hoy sobreviviente que, de vez en cuando, y "cuando me sale" conduce un viejo "almendrón" de su familia y se dedica a traficar con puros habanos.

Es la lucha cotidiana contra un mundo que se derrumba pero que no acaba de hundirse. Cuando habla, Alejandro se lleva un dedo a los labios, baja la voz y mira desconfiado hacia sus cuatro costados.

Porque en Cuba nadie es inocente, para serlo hay que demostrarlo, y el gobierno tiránico de un enajenado lleno de odio y poder se encarga de que no sea así como arma arrojadiza contra los no-ciudadanos, contra el que se atreve a moverse, a no participar en los actos de repudio, a declararse contrario a tanto despropósito.

Para el gobierno cubano y sus agentes esbirros de la Seguridad del Estado, yo tampoco fui inocente. La Seguridad se presentó en la casa en la que me alojaba y mancilló y violentó mis pertenencias, mis escritos, mi intimidad. Ante mi protesta y petición de una orden de registro que les diera la capacidad de avasallar mi rincón, respondieron con un lúgubre "nosotros no la necesitamos".

Ahí comenzó una experiencia que me ayudó mejor a comprender la valentía, la dignidad, el orgullo de un pueblo que no quiere ser masa. Medió la amenaza contra mí y contra los que me rodeaban y con los que me relacionaba. Bajo la acusación de ser "agente extranjero al servicio de la contrarrevolución", dejando claro el significado de esta frase y la amenaza bien de la tenebrosa Villa Marista o la expulsión del país como "persona non grata", se me exhortó a seguir mi estancia en Cuba como turista y gastar mis dolares o euros visitando los recorridos turísticos preparados por la revolución.

Fue mi castigo y mi penitencia. Tenía que visitar la tarjeta postal para uso y disfrute de los turistas, confeccionada con hilos de mentiras y falsedades. Me convertí en persona non grata por rodearme de amigos que se habían movido de la foto, por gente que no cabía en la tarjeta postal. Aunque en realidad, ningún cubano cabe hoy en ella.

Por hablar e intentar moverme, olvidando que en la tierra del secuestro nada es permisible sin el conocimiento de su excelencia, por tratar de conocer esta isla desde el otro lado del espejo. Y me transformé en una disidente extranjera, en una opositora, pasando a engrosar la larga lista de personas que, violando el principio universal de libre movilidad, no podrán regresar a Cuba y que, anhelantes, esperaremos que la pesadilla termine para regresar y celebrar en la calle, juntos el fin de una larga dictadura. Y poder abrazar a quienes encontramos en un camino lleno de escollos y prohibiciones, pero valientes y dignos y que nos impidieron abrazar. A pesar de Castro y sus secuaces, mi alma quedó en La Habana y dejé mi corazón llorando.

Las páginas que siguen son un retrato de la Cuba fidelista que tuve la suerte, o la desdicha, de conocer. Retrato que no se queda en la descripción de unas calles o unas gentes sino que pretenden ser una crónica y a la vez una reflexión, testimonios de un mundo decadente, que agoniza. Son el resultado de mis andanzas en la isla, de mis contactos y conversaciones no sólo con miembros de la oposición, sindicalistas o periodistas, médicos, profesores o taxistas... son producto también de mis diálogos con gente común, con gente de la calle, anónima, con mujeres, hombres, niños o adolescentes, estudiantes y trabajadores, excluidos o aparentemente adaptados al sistema. Gente pronto dispuesta a ser fotografiada para sentir que su alma escapa de la isla de las mil cárceles y una sola cara pública, gente deseosa de hablar con quien esté dispuesto a escuchar, para que todos sepan que esta tierra es el reino de la mentira, del engaño, de la burla, para gritar al mundo el estado de oprobio y abandono en el que viven, para que los que venimos de países libres, democráticos donde no nos jugamos nuestra libertad por decir lo que pensamos, sepamos que no es posible vivir con 10 ó 15 dólares mensuales sin convertirse en un ladrón, un estafador o un jinetero. Que ésa es la máxima conquista tras una inamovible dictadura que va camino del medio siglo,Y es también un grito unánime de socorro porque les hemos dejado a su suerte, porque escondido tras un discurso demagógico, mientras el pueblo perecía, esta dictadura ha sabido encontrar apoyos y justificaciones más allá de sus propias fronteras. Cuba llora y parapetada tras un rítmico son, grita solidaridad.

Dos características comunes definen hoy a todo cubano: el permanente miedo en las miradas, en las actitudes corporales, en el dedo índice llevado a la boca rogando bajar el tono de voz hasta hacerlo apenas perceptible. Miedo a ser oído, a ser detenido, a ser expulsado del trabajo, a que les quiten la licencia de cuentapropista, a no poder comer, a ser vistos en compañías no gratas para el régimen... Miedo que se vence a duras penas pero, que al cabo se vence, porque es mayor la fuerza de la libertad ansiada. Y que se traduce en un deseo de ser fotografiados para conseguir escapar aun de forma virtual, atrapados tras una imagen que ellos no verán.

Y "la visa". Materialización del deseo legítimo de salir de un país que les mantiene atrapados.
Visado que es la legitimación, la carta blanca que les permitirá la huida de forma legal. Todo cubano ve en cada extranjero el potencial poseedor de su carta blanca, y no importa la diferencia de edad, el lugar de origen, el dominio de la lengua, la comunión de costumbres o culturas... el objetivo es salir, salir y si es posible evitar el riesgo a ser devorado por tiburones o hundida la barca que, en la desesperación, se contempla en muchos casos como última salida tras agotadas todas las posibilidades, se aferrarán a ella. Sólo hace falta valor. Entre tanto, seguirán llorando y ocultando su amargura tras una cerveza nacional o el son de su ritmo.

Muchos me confesaron que van sonriendo por la calle porque se niegan a que si algún miembro del Partido o de la policía les ve, o les toma una imagen, tras ella quede atrapada la imagen real de la desesperación y la amargura. Triste país éste en el que el disimulo y el miedo viven entronizados dándose la mano.

Cuba sobrevive a pesar de sí misma. El escandaloso estado de abandono y ruina, de devastación de casas, calles y espacios públicos -bien escasos, por cierto, ya que apenas existen parques o centros de ocio- es la imagen de la devastación anímica de la mayoría de la población. Cuba resiste a pesar de la incomprensión de una buena parte del mundo exterior, de la insolidaridad mostrada por los que justifican la existencia de un estado psicópata, consumido en el abandono.

Muchos de los que hoy aún siguen defendiendo la dictadura cubana no han recorrido las calles del país, no han traspasado las fronteras de la ausencia de libertad, no han visto ni oído a un pueblo castigado y humillado. Qué fácil es defender utopías cuando se vive en países donde la amenaza, en todas sus formas y en todas sus manifestaciones, no es la moneda de cambio para seguir subsistiendo. Donde el miedo físico y psicológico no se han adueñado de la convivencia y la propia existencia de sus moradores.


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Colaboración de Pedro G. de Céspedes
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Solo la opresión debe temer al pleno ejercicio de la libertad. Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado.

José Martí
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Investigación y vida

Hace años una compañera de trabajo quiso que suscribiera una petición para autorizar la investigación con células madre embrionarias al doctor Bernat Soria.
Su postulación estaba motivada por una implicación personal en la labor del doctor Bernat, porque un familiar padecía diabetes.
Yo rehusé apoyar esa campaña después de buscar una amplia información sobre las diferentes líneas de investigación que se estaban poniendo en marcha en todo el mundo. Tuve que justificar mi actitud alegando incluso compromisos morales ya que los razonamientos científicos no convencían a mi colega. Tampoco ese alegato a mi "objeción de conciencia" me evitó un reproche de insolidaridad.

Ahora, según publica Análisis Digital, l
a Humanidad encara un falso dilema: proteger la vida de los embriones o investigar con ellos para dar con la solución a las grandes enfermedades que nos azotan. ¿Cómo decirle a la cara a alguien como Christopher Reeve, el actor que encarnó a Superman y quedó parapléjico tras caerse de un caballo, que su campaña a favor de la investigación con embriones es inmoral? Reeve, como muchos otros, confió en que la investigación con células madre le permitiera volver a caminar. Y el sueño no es descabellado. Ocurre, simplemente, que las vías respetuosas con el ser humano son las que, hasta el momento, han monopolizado los hallazgos.

Lo peor de todo es que en esta sociedad imperfecta se repudia la vida, siendo inherente a la vida también el dolor y el sufrimiento.

Silencio

Ante tanto acoso y hostigamiento...
Mientras evaluamos nuestras capacidades y analizamos alternativas, preparando la estrategia para la supervivencia.
Pero se nos acaba el tiempo que podemos resistir.

2005-10-21

Contrastes

Llamar a un Presidente de Gobierno -en un país democrático, legitimado por una mayoría de ciudadanos- ¡Asesino!, está bien.
Recordarle a un sanguinario criminal lo que ha sido, en una repugnante ceremonia que pervierte el sentimiento colectivo de la inteligencia, está mal, muy mal.
Con estas cabezas... así nos va.
Los siguientes doctores serán Castro, Chávez, sin olvidar a Blanco, que también tiene mérito.

El desprestigio de las instituciones ha sido siempre un anhelo de los ácratas.
Que se entere el Borbón que el traje que le están preparando es muy ligerito y transparente.
Algunos pensaremos que va desnudo. Sólo nos falta un alma inocente que lo proclame.
Se avecina el día.
Pero ellos no lo entienden así, orgullosos de su ignorancia y de su zafiedad.

2005-10-20

George Weigel. Análisis de la decadencia.

Un día más rescato una nueva referencia de Análisis Digital.
Hoy se trata de la cita a un autor cristiano católico, audaz en nuestra secularizada y laicista sociedad occidental, que realiza un análisis centrado precisamente en el riesgo que está suponiendo ya la secularización y el laicismo.
Hemos escuchado las palabras de Benedicto XVI advirtiéndonos de los riesgos de apartar a Dios del pensamiento del hombre, Weigel analiza esos riesgos en Europa.
Seguramente su libro El cubo y la catedral va a resultar esclarecedor para quienes lo lean con interés.

George Weigel: “El secularismo está matando a Europa”


Recomiendo también la visita a la página de Ethics and Public Policy Center.

2005-10-19

Valentía y valor

Patricia E. Bauer, antigua redactora y jefa de sección del Washington Post, descubre en la breve noticia que publica Análisis Digital, la hipocresía de una sociedad que tanto presume de solidaridad y de búsqueda del bienestar mientras repudia y desprecia a las personas.

Mrs. Bauer es valiente pero además demuestra que sabe valorar la vida y la dignidad de las personas.
La sonrisa de su hija Margaret es mucho más digna que la sonrisa del especialista en Ética:
Durante una cena, se sentó junto a un especialista en Ética que comenzó a explicar que, a su juicio, los padres tienen la obligación moral de someterse a una prueba prenatal y a “interrumpir” el embarazo para evitar dar a luz a un niño con discapacidad, porque eso supondría para él un enorme sufrimiento. “Cuando hablé sobre la experiencia de nuestra familia, sonrió educadamente y se volvió hacia la mujer a su izquierda”.

2005-10-18

La desmembración de España

Porque comparto el sentir de Aznar por la lamentable situación que atraviesa España, sin muestra de rencor, aunque sí de pesar por los tristes acontecimientos que golpean la patria, reproduzco íntegramente el artículo publicado por el ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, en el diario italiano Il Messaggero. El artículo está reproducido de la edición de Libertad Digital.

Gobernar para dividir
José María Aznar
El pasado viernes 30 de septiembre el Parlamento regional de Cataluña aprobó, con la única oposición del Partido Popular, un proyecto de nuevo Estatuto de autonomía. En él se define a Cataluña como una nación, distinta de la española. Se diseña una especie de relación confederal entre Cataluña y el resto de España. Prácticamente se vacían las competencias de la Administración del Estado en la región. También se define un modelo de financiación según el cual el gobierno regional recaudaría la totalidad de los impuestos, así como un sistema judicial independiente.
Para alguien que no esté informado en detalle de la vida política española, semejante golpe a la misma base de la Constitución española –es decir, la soberanía– sólo podría explicarse por una intensa y reiterada demanda de los ciudadanos de Cataluña. No parece que tal demanda haya existido. Cada vez que han sido consultados, los ciudadanos catalanes han manifestado un notorio desinterés por la reforma del Estatuto, y han soportado una enorme presión del gobierno regional y de los partidos que lo sustentan. Más bien parece que las decisiones se han tomado de espaldas a los ciudadanos, sin mandato ni consentimiento
Un observador italiano podría creer que la demanda independentista proviene de algún tipo de avance electoral de los partidos nacionalistas catalanes. Sin embargo, ésta es una impresión engañosa. La proporción entre partidos de implantación nacional y partidos locales en Cataluña no ha cambiado sustancialmente en los últimos diez años. Y en el Congreso de los Diputados del Parlamento español la suma de los dos grandes partidos (PSOE y PP) es la mayor desde las primeras elecciones democráticas de 1977. ¿Qué ha cambiado entonces para que se cuestione de manera tan brutal tanto la realidad nacional española como el propio Estado? Sólo ha cambiado una cosa: la actitud de la izquierda.
Es evidente que la izquierda europea lleva años en búsqueda de referentes ideológicos tras el fracaso tanto del socialismo real como de las líneas básicas de la socialdemocracia. Perdidas las bases que han guiado sus políticas durante un siglo, distintos partidos en distintos países han seguido líneas diferentes. En algunos países han sido partidos socialistas quienes han capitaneado reformas drásticas del estado del bienestar, precisamente para salvarlo y hacerlo viable. Algunos partidos socialdemócratas han sido los campeones del atlantismo. En otros casos, partidos de izquierda han impulsado reformas educativas basadas en el mérito y esfuerzo individual tras las fracasadas experiencias de los sistemas igualitaristas.
Lamentablemente en mi país la izquierda ha seguido otros derroteros. Tras su llegada al gobierno el pasado año se marcaron una línea en primer lugar destructiva. Fue el caso de la paralización de la reforma de la educación, de la anulación de un plan vital para España como era el Plan Hidrológico Nacional o de la retirada de las tropas de Irak. La siguiente fase fue más allá. Consistió en poner sobre la mesa proyectos divisivos. Se trataba de dibujar una franja lo más gruesa posible que separara lo supuestamente progresista de lo supuestamente anticuado. Daba igual que una mayoría social no compartiera esos proyectos divisivos. El objetivo era dejar fuera del sistema a todos aquellos que no compartieran las alteraciones introducidas por el Gobierno. Así se explican los ataques gratuitos e innecesarios a la Iglesia Católica. Así se explican leyes como la que incluye en el concepto de matrimonio a la unión entre personas del mismo sexo, incluida la posibilidad de adopción. Así, en parte también, puede explicarse la propuesta presentada por el Gobierno en el Parlamento, que suponía una oferta de negociación a los terroristas de ETA.
Pero lo que sin duda debe de resultar más incomprensible para un observador no familiarizado con la vida política española es que el gobierno de una de las naciones más antiguas de Europa promueva su autodisolución.
Cuando el actual Presidente del Gobierno de España era líder de la oposición, afirmó en un mitin electoral, que apoyaría cualquier proyecto de nuevo estatuto de autonomía que aprobara el Parlamento de Cataluña. Si los nacionalistas presentes en el parlamento regional necesitaban algún estímulo para enviar a Madrid un estatuto de reivindicaciones máximas, lo encontraron aquella noche.
De esta manera, el texto que ya ha entrado en el Congreso de los Diputados supone una derogación de facto de la Constitución. No sólo porque altera de modo sustancial el nivel de competencias del propio Estado y la relación de éste con las instituciones regionales, sino sobre todo porque suprime el mismo sujeto constituyente, titular de la soberanía, la nación española formada por todos los ciudadanos y que es, por definición, indivisible. La idea de una nación de ciudadanos libres e iguales ante la ley sencillamente desaparece.
Una reforma constitucional es algo que afecta a todos los ciudadanos del país. Todos los españoles deberían tener derecho a opinar y votar sobre un nuevo régimen que quiere implantarse. Pero la coalición de la izquierda y los nacionalistas no quieren permitirlo. En lugar de llevar a la Cámara un proyecto de reforma constitucional, que requiere una mayoría parlamentaria muy amplia y un referéndum nacional, han presentado un proyecto de reforma de un Estatuto regional, que puede ser aprobado por una mayoría parlamentaria ordinaria y en el que sólo los ciudadanos catalanes son consultados. Es un fraude muy grave, que elimina el derecho de todos los españoles a opinar sobre su futuro común.
El Gobierno podría impugnar ya el texto aprobado por el Parlamento de Cataluña y suspender su tramitación hasta que se pronuncie el Tribunal Constitucional. No hemos recibido hasta ahora la menor señal de que vaya a hacerlo. Igualmente, la mesa del Congreso de los Diputados podría devolverlo a Barcelona por no ajustarse su contenido a lo que debe ser un proyecto de estatuto y pedir a la Cámara regional que lo tramite como proyecto de reforma constitucional. El partido socialista ya ha anunciado que desea su trámite en el Congreso para eliminar los rasgos anticonstitucionales. Esa es una táctica engañosa. El problema no es que en el texto haya algunos rasgos inconstitucionales. El problema es que la anticonstitucionalidad viene de raíz e impregna la totalidad de su articulado.
En 1977, con las primeras elecciones democráticas tras el fin de la dictadura franquista, y en 1978, con la aprobación de la primera Constitución española fruto del más amplio consenso de las fuerzas políticas, los españoles decidimos avanzar hacia la libertad, la prosperidad y el progreso. Aquel proceso histórico pudo tener sus fallos, pero nacía de la firme y clara voluntad de aprender de nuestro pasado para no volver a cometer los mismos errores. La izquierda de aquel momento, y también el nacionalismo catalán, se implicaron, de manera correcta, en la transición democrática.
Siempre he creído en las posibilidades de España para ser uno de los mejores países del mundo. Siempre he creído que bastaba con trabajar duro y permanecer unidos en lo esencial, en la estabilidad institucional y democrática. Hoy, con la más honda preocupación, sólo puedo esperar que la voz de la mayoría obligue al Gobierno a retirar un proyecto que significa la división irreversible de España.